domingo, 26 de marzo de 2017

¿VIEJO YO?

No siento estar ubicado en el grupo de los llamados viejos,  nombrado así por cariño o por falta de delicadeza, aunque pasé los 78, sin que se diera cuenta ningún calendario.

No lo puedo negar: Nací en una época tranquila donde hasta las nubes del día y la luna de noche eran elementos transparentes y el aire saludable, mientras el colegio se convertía en un templo casi sagrado donde la palabra, hablada y escrita, era el asiento de los misterios del saber. Luego, debería hablarse y escribirse con absoluta corrección. Era una época de la buena ortografía. Cuánto sufrían mis compañeros que provenían del sector lindante a mi pueblo mientras yo había sido preparado por mi madre desde muy pequeño, por lo que sabía leer y escribir antes de llegar al colegio. Ahora la mala ortografía se considera una moda, un aticismo, una rebelión. ¿Contra qué? No pretendo hilar fino pero creo que atentar contra la ortografía es un modo de corrupción más que de rebeldía. Es como que la falta ortográfica se comparara con la falta a una norma de seguridad en la carretera. Lo que vale decir que cada palabra -que normalmente fue construida durante mucho tiempo- se hizo con un sentido determinado, por lo que debemos respetar su arquitectura, vale decir su hermosura. Su contravención es un envilecimiento que pudiese traernos algunos problemas de comunicación que ya los tenemos, como en muchos discursos de algunos personajes que no dicen nada o que no se les entiende.

Vicente Corrotea