sábado, 1 de julio de 2017

NUESTRAS ALAS

Paseaba por el parque leyendo una revista cuando observé que ellas paseaban en sentido contrario. Yo caminaba lento. Después de un rato ya estaban muy cerca de mí. Una mujer de unos 65 años empuja una silla de ruedas llevando una mujer joven con notoria movilidad reducida. Hablamos del clima y de otras cosas. Al detenernos nos miramos frente a frente. Acostumbrada probablemente a las miradas lastimosas siento que se produce una empatía entre ambos. Aprovecho de interrogar.
-¿Es su hija? Pregunto con naturalidad.
-Sí, señor, es mi única hija. La tuve a los 43 años. Dicen que por eso...
-¿Y usted se siente culpable?.
-He pensado tanto en ello que no he logrado quitarme ese sentimiento de culpa. Es un dolor que debo soportar.
-¿Qué pasaría si un sanador, por ejemplo, le diese a su hija lo que tiene una mujer joven, como andar en sus propias piernas, pensar, hacer proyectos, viajar, amar?
-¡Oh, señor, no me haga soñar demasiado!...
-¿Y si ella fuera autovalente, anduviera por las calles, abrazara a los niños y a los árboles y se durmiera con mil preguntas, estaría dispuesta a mostrarle el mundo, no sólo el mundo que usted conoce sino todo el extenso mundo de los humanos?.
-Tendría que aprender. Creo que lo haría.
-No la veo tan segura. Mas aún: ¿Si ella desarrollara alas y emociones distintas a las que usted tiene, si conociera otros rostros, otras amistades y el amor mismo, amor fecundo, estaría feliz usted?.
-Nunca la pensé con alas. Todo con contrario. Ella es una carga para mí que debo cuidar o, si pienso mejor, diría que ella es una misión para mí. La he bañado desde que nació. Ella depende de mí.
-¿Usted no depende de ella?


(La madre llora. Me mira. Se da cuenta que puedo esperarla. Mira hacia arriba. Las nubes se han vuelto grises).
-Sé que no encontraremos algún sanador. Pero me doy cuenta que no debo preguntarle a Dios porqué mi hija no tiene alas como todas las demás. (Silencio) ¿Sabe? Comienzo a entender que no debo guardar ese sentimiento de culpa que me ha taladrado el corazón desde que nació mi hija. Más aún: Siento que mi hija puede tener alas cuando yo recupere las mías.
(Siento que hemos conversado demasiado en un encuentro que pareció fortuito. Le ayudo a cruzar la avenida).
-Gracias. Me siento mejor que otros días. Lo dejo pues se me pasa la hora del baño de mi hija.
-Ya nos veremos.
-Ojalá. Eso espero.

Vicente Corrotea

viernes, 23 de junio de 2017

TIEMPOS DE ASOMBRO


Soy de los tiempos
cuando era fácil asombrarse
del viento inesperado 
que tocaba cada puerta
y nadie se sentía amedrentado.
De lejos mi madre veía mi regreso
y de lejos saltaba dentro el corazón
y los libros a mi espalda.
Ah, los libros,
esos que se leían lentamente
hasta que el sol se despedía
y escribía el último verso
antes que la noche se impusiera.

















Soy de los tiempos
cuando la paz caminaba por las calles
y los vecinos 
se saludaban por sus nombres
y la última lluvia convertía los oscuros rincones
en hongos de silente existencia.

También amo estos tiempos
que la vida nos obsequia, 
aunque el planeta gire vertiginoso los días
y a veces pasemos de largo
la preocupación de un vecino
manteniendo la sonrisa en la vieja máscara,
siendo fantasmas en la estación del Metro.

Si me siento solo y cansado
llamo a los recuerdos luminosos de antaño
cuando vivir era sencillo
y el paisaje una acuarela limpia y simple.
Así logro hacer festivo mi trayecto
y mi vida mejor compartida.

Vicente Corrotea


jueves, 25 de mayo de 2017

EL PLANETA DUERME


Duerme la noche fría
empapada
de lluvia persistente,
mientras observo 
la danza de las hojas 
en la candencia del viento,
siendo dueño de mis pasos lentos
que me llevan a cualquier parte.













Me doy cuenta que he perdido
el silencio, la sencillez, la magia
de abandonar de vez en cuando
el camino trazado por años.
Ya nada es indispensable en esta noche.
Sólo el aire, la lluvia, las sombras acurrucadas 
en calles angostas, la espera de las horas,
la amistad de los perros
que vagan a donde haya un aroma apetecible,
y el taxi que me llevará de vuelta
a mi casa esquina de reja verdosa. 

Vicente Corrotea

viernes, 19 de mayo de 2017

SERENIDAD

Como la mayoría de los seres humanos he corrido tras la felicidad. La he deseado y me he creído con el derecho de poseerla, sentirla, porque me paracía tener méritos para ello. Pero los años enseñan, y si es cierta la felicidad, o sea si es real la posibilidad de ser feliz, me asiste la sospecha que deben ser pocos los que la poseen como un estado de vida. Lo natural es que la felicidad viene a quedarse en nuestra vida por un tiempo y luego se marcha. Y puede volver. Casi no depende de uno mismo. 


Con el paso de los años en que he sido feliz en ciertas épocas, me fui dando cuenta que no debía tratar de alcanzarla como se alcanza una meta o un amor o un éxito. Ciertamente puede llegar en la sonrisa de la persona con quien juraremos llegar a nuestra vejez con el amor vivo, sin mayores lamentaciones y sin considerarnos algún día enfermero (a) del otro u otra sino el compañero (a) de vida.






Al pasar el tiempo me dí cuenta que lo que debía alcanzar no era la felicidad (aunque por supuesto la aprecio demasiado) sino mas bien la serenidad, esa alegría de estar bien conmigo mismo, que no es la autocomplacencia, no es un estado de ánimo que puede terminar con algún inconveniente desagradable o con un bochorno social.



La serenidad es una conquista nuestra, en cambio la felicidad -tan fácil de pronunciar que la tenemos- es obra muchas veces de circunstancias ajenas a nosotros. La serenidad es como andar erguido por la vida sabiéndose dueño de sí mismo, de nuestros hábitos y decisiones, de lo que somos capaces de realizar y sentir, sin ser indiferente a los problemas de los demás. Una persona serena no es quien puede encontrar refugio en su casa o entre amigos, sino quien es capaz de alcanzarla viviendo las contradicciones, las iniquidades de unos pocos, rescatándonos del mucho ruido y de las mentiras organizadas que se leen y se escuchan. Como la serenidad es un logro personal, nos procura muchas veces que nos mostremos respetado, respetable y querido.



Y si se presente la felicidad, démosle  un espacio en nuestra casa y en el corazón, ya que la mayoría de las veces se aleja en muy poco tiempo. Pero -ya está dicho- la serenidad es una conquista de nuestro corazón, de nuestra vida organizada íntima y socialmente para ejercer y practicar con humildad el grandioso oficio de persona, de ciudadano.



Vicente Corrotea

  

viernes, 12 de mayo de 2017

ME GUSTA MI CASA

Me gusta volver a mi casa
con el ladrido de mi perro
anunciando mi llegada.
Nace la plática de las circunstancias:
que el hijo armó los muebles nuevos,
que mi mujer se encontró con Clementina,
que la gardenia ha reverdecido,
los consumos del hogar están pagados
y que no he terminado de leer ese libro
que me embriaga de emociones.

Me gusta estar en mi casa
cuando el ave nívea vuela sobre la mesa
y se extiende orgullosa de sentirse necesaria
del conocido rito de ubicar cada cosa
sin que falte nada en la hora del sustento.












Ya no esperamos demasiado.
La vida nos ha ofrecido
más de lo indispensable,
resguardando el don del agradecimiento
en el aposento secreto del corazón.

Vicente Corrotea

miércoles, 26 de abril de 2017

LLUVIA DE OTOÑO


Los techos se sienten cautivados
por la primera lluvia de otoño que los acaricia
con sus suaves lencerías transparentes.










Yo, cómplice silencioso de la noche,
me abrigo de recuerdos 
cargados de tiempos,
dejo que la llovizna
se acendre en mi cuerpo.

Vicente Corrotea

sábado, 15 de abril de 2017

GULLIVER, A VECES

Es parte de la lealtad que nos debemos a nosotros de preguntarnos, sin rodeos ni engaños, cómo estamos. Naturalmente nunca para sentirnos amargados pues es un ejercicio para mirarnos a lo largo de nuestras cuatro estaciones y reconocer que han sido hermosas a pesar de algunas o muchas tribulaciones.


En esta última estación que a muchos nos brinda la vida, no tenemos motivos para envidiar a nuestro vecino o vecina de 50 y tanto que sale a correr con su perro, se divierte con los amigos o va a retirar a sus nietos al colegio, porque también lo podemos hacer nosotros y aún más. Personalmente estoy consciente que debo ordenarme mejor, detener un poco la marcha pues corro sin motivo para llegar al bus o al Metro, también saber encontrar momentos que me hagan dichoso -como cuando estoy con ustedes- y evitar, hay que decirlo, aquellas personas que hablan empecinadas del pasado no porque atesoren lindos recuerdos que originan sanas emociones sino que demuestran que están fastidiadas con el presente, los asuntos cotidianos y más con los vecinos y la gente que pasa a su lado.




No pretendo ser un referente pero me gusta encontrarme con gente que conozco ya sea de mi edad o jóvenes y, cuando se da el caso, invitarnos a un café. Porque la vida con los amigos y amigas es muy importante y hay que hilar todos lo colores de este inmenso telar que cada uno/una teje durante la vida. Puede ser que delante de un emparedado y una cerveza platiquemos de su primer nieto que se casó, del partido de fútbol del fin de semana, de los escasos políticos honestos, de Neruda, de Sofía Loren, de Gustavo Cerati, de la última obra que asistimos mi mujer y yo, o del libro que estamos leyendo. En fin, de la vida misma.  

Así, cuando llegue a casa otro poco más feliz saludando a mi mujer, me sentiré un Gulliver tirándome al suelo -alguna vez- con la algarabía de mis encantadoras perritas poodles.
Y comenzaré ese otro viaje al interior de las bondades de un hogar de paz, de qué te gustaría de almuerzo mañana, aunque algunas recetas aparezcan casi listas, de los trabajos ya planificados, de las preocupaciones con algún problema de un hijo... Es la vida, es la esperanza, que te agradezco por estar acá. ¡Buenas noches!

Vicente Corrotea



sábado, 8 de abril de 2017

ALAS BLOGUERAS.

No escribimos para que la humanidad nos lea
sino para compartir nuestra propia humanidad,

tal vez herida, incomprendida, lastimada, incompleta

por sueños y realizaciones pendientes,

tal vez lúcida, discernida, madura y profunda,

viviendo con armonía y fortaleza cada día.


















Somos hombres y mujeres, creyentes o agnósticos,
siempre respetuosos compartiendo
la punta de nuestras alas
cuando se tocan en vuelos rasantes o elevados.
No importa a que altura lleguemos; 
Lo valioso es restaurar en la medida de lo posible
con sencillez, valentía y justicia
esa parte del tejido social y natural de nuestro planeta.

Y podamos revelar con letras 
lo que sabemos, deseamos y soñamos 
desde el centro de nuestra propia existencia.

Vicente Corrotea

sábado, 1 de abril de 2017

CUANDO ELLA PASA

Ella pasa con donaire, 
ignorando promesas que no se cumplen,
lisonjas que atraviesan el hormigón
o a la suerte que otros esperan.
Los operarios entre el cielo y el cemento
descubren una luz en el pedazo de planeta
que nunca va a ser suyo.
Los hombres la miran y piensan 
en novias, esposas y aventuras. 
Para el jefe que permite admirar a esa diosa
pasearse por calles abajo
-que ha descendido a estos infiernos-
le recuerda el nombre de Perséfone, 
la misma del panteón griego.

Su cuerpo es de diosa viva,
de carne viva, deseada y perfumada,
mejor que una estatua de mármol. 
Sus pasos, con ligero vaivén, 
no tienen prisa ni pudores como quien acierta
un golpe a una sociedad torcida y egoísta.



Ella desaparece de las calles y 
el concreto vuelve a subir a las alturas
más apresurado que para una Babel,
la armadura de los fierros es compuesta
con más rigidez que nunca
y los andamiajes tiemblan de actividad.
"¿Quién sabe cómo se llama?"
grita una voz desde el vientre del nuevo edificio
como si fuera un ave migratoria 
atrapada en un invierno.

Los hombres terminan rendidos su jornada
pero más dispuestos para mañana.
Ahora sólo esperan llegar a sus casas
para un sueño de dioses.

Vicente Corrotea

domingo, 26 de marzo de 2017

¿VIEJO YO?

No siento estar ubicado en el grupo de los llamados viejos,  nombrado así por cariño o por falta de delicadeza, aunque pasé los 78, sin que se diera cuenta ningún calendario.

No lo puedo negar: Nací en una época tranquila donde hasta las nubes del día y la luna de noche eran elementos transparentes y el aire saludable, mientras el colegio se convertía en un templo casi sagrado donde la palabra, hablada y escrita, era el asiento de los misterios del saber. Luego, debería hablarse y escribirse con absoluta corrección. Era una época de la buena ortografía. Cuánto sufrían mis compañeros que provenían del sector lindante a mi pueblo mientras yo había sido preparado por mi madre desde muy pequeño, por lo que sabía leer y escribir antes de llegar al colegio. Ahora la mala ortografía se considera una moda, un aticismo, una rebelión. ¿Contra qué? No pretendo hilar fino pero creo que atentar contra la ortografía es un modo de corrupción más que de rebeldía. Es como que la falta ortográfica se comparara con la falta a una norma de seguridad en la carretera. Lo que vale decir que cada palabra -que normalmente fue construida durante mucho tiempo- se hizo con un sentido determinado, por lo que debemos respetar su arquitectura, vale decir su hermosura. Su contravención es un envilecimiento que pudiese traernos algunos problemas de comunicación que ya los tenemos, como en muchos discursos de algunos personajes que no dicen nada o que no se les entiende.

Vicente Corrotea


domingo, 26 de febrero de 2017

MI ESTADO

Hola, amigas y amigos: El verano en este lado del planeta causa que mi trabajo aumente considerablemente, y eso es bueno para las finanzas del hogar. Sin embargo, resulta naturalmente agotador. Es la razón de que no esté junto a ustedes de vez en cuando y los eche mucho de menos.

Estoy contento pues gozo de buena salud y de buen ánimo.

Les envío un gran abrazo a cada uno de ustedes.

Vicente

jueves, 29 de diciembre de 2016

¿DÓNDE LA NAVIDAD?

Escasos visitantes ingresaron al templo
medio derribado,
alguien entonó un villancico,
nadie rezó su novena.
Sus hermanitos negros y blancos corren dispersos 
arrancando de fuegos amigos y enemigos
y los cuerpos destrozados de sus padres
con sus manos frías, 
inmóviles como tardes de invierno,
ya no los encontrarán.

¿Dónde está el niño de Belén

ese que era admirado por todos,
consolaba a los viejos
y fascinaba a los pequeños?
Tal vez tenga miedo de volver,
miedo de ver a los que antes fuimos niños,
al fuego cruzado de mentiras, injusticias
y al abandono de miles de pequeños,
muchos degradados por los que antes
subieron los siete peldaños para mirar 
el pesebre del Niño.

¿Dónde está la voz de esos niños

y sus juegos dónde están?
¿Los carburantes pueden ser más importantes 
que miles de miradas de niños de vientres vacíos?



Acá, en el pórtico de una iglesia cercana
el cansancio de un anciano 
busca tenderse sobre la piedra fría y dura
sin haber sabido siquiera
cuándo fue la Navidad
pues la gente corría comprando obsequios
para ofrecerse unos a otros
pero Jesús no estaba presente.
o tal vez nadie lo veía entre tantas luces
y paquetes cuidadosamente envueltos
y encintados.

¿Qué nos pasó, niño de Belén?
¿Dónde está tu redención?
¿Quedó acaso en nuestras cuentas de ahorro
o tarjetas de crédito?
¿En las intenciones de los poderosos?
¿En nuestro consumismo desbordado?
¿Dónde la solidaridad, la paz y unidad?
¿Qué hicimos con la belleza, el amor y la verdad?
¿Y mi fe dónde está?

Vicente Corrotea A.
Imagen tomada de Google


jueves, 22 de diciembre de 2016

DICHA Y PAZ


Como cada año que surge del anterior 
nos invita a renovar nuestros sueños y proyectos, 
quiero desear mucha felicidad...

A los que crean lazos y abrazan esperanzas.

A los que creen y a los que afirman.

A los que nunca desisten de aprender
y de compartir.

A los poetas empedernidos 
que construyen belleza y caminos de justicia.

A los maestros que forman personas libres
y ciudadanos responsables.

A los impelidos por relojes, calendarios, finales de mes,
y a los que se levantan con el concierto de los pájaros
y marchan con el viento.


A los que aman la naturaleza y exigen respetarla.

A los hombres que respetan a las mujeres, las aman y crecen
para ellas y con ellas.

A las mujeres que descubren misterios, complacencia, perdón y entrega en el vínculo amado.

A los que abandonan la tristeza y el desaliento 
descubriendo el encanto de vivir.

A los niños que buscan a sus padres perdidos en las guerras 
fraticidas y a los padres que anhelan una patria nueva.

A los hombres y mujeres que han llegado a su etapa vespertina de su vida y se sienten mordidos por la soledad.
Y a los que la vida les regala la compañía de la familia.

A todos, sinceramente, un abrazo de dicha y de paz.

Vicente Corrotea.

sábado, 10 de diciembre de 2016

SOLO PARA NIÑOS

Si estas líneas son leídas por una persona que no sea un niño o una niña es probable que yo pierda ese poco de autoridad que debiera tener un hombre de mi edad, o va a suponer que el desgaste de los años, mis continuas vigilias y hasta el colesterol alto son la causa de mi desgaste cerebral.

Como cualquier persona ordenada dispongo de cada lugar para cada cosa. Por ejemplo, tengo un mueble donde guardo mis suéteres y otras ropas. Arriba de dicho mueble, he ubicado una caja donde guardo lápices, pinturas, cartulinas, recortes, es decir aquello que sirve para escribir, dibujar y hacer trabajos en formato más grande de lo común. Sobre la caja de plástico y en una pose apacible vive Efraín. A veces me da una mirada y sé que desea lo tome en mis brazos. Eso nos gusta a ambos. Tengo que decir, niños y niñas, que Efraín no es sólo un peluche cualquiera pues nos une una antigua amistad. De vez en cuando lo miro, él me mira y sigo de largo. Creí que vivía en casa hace sólo un par de años pero revisando las fotografías, ya está hace un buen tiempo. Sí, puedo asegurar que Efraín es un peluche con forma de reno y una panza que no me disgusta. Podría decir que Efraín ha sido mi mejor juguete a lo largo de toda mi vida. De vez en cuando lo abrazo porque es agradable hacerlo.




Niño y niña: Esta es la parte que los grandes no entenderían, de tal manera que si algún abuelo o abuela se encuentra cerca no tiene que saber de nuestra historia. Continúo: Estaba leyendo un libro cuando descansé mi visión y miré a Efraín que estaba donde siempre, claro, sobre la caja de los lápices y tantas cosas más. Pero una pequeña sombra observé detrás de un brazo de mi amigo. Cansado de leer -me dije- estoy viendo en forma defectuosa. Pero la sombra ya no estaba y luego apareció nuevamente. Nadie podía provocar al movimiento y... justo, de nuevo. Me acerqué a Efraín para tomarlo y -¡Caracoles!- levantó un brazo señalándome que no lo tocara. "Oye, creo ya te entiendo. Pero hablemos ahora pues mi mujer llegará en cualquier momento y le darías un gran susto o creería que estoy chiflado.". Efraín estaba intranquilo. No podía hablar pues nunca lo había hecho. Hizo unos movimientos como jadeos y al final me dijo: "Estoy preocupado. Tu tiempo no es como el mío. Los veranos y los inviernos son iguales para mí. Sé que estoy viejo por la cantidad de navidades que estoy contigo pues me pones sobre una alfombra cada año cerca del árbol, y mi piel ya no luce como antes. Algunos de tus amigos están enfermos o se han muerto..." Mi peluche casi lloraba. Pensé que el momento que estaba pasando era una ilusión. Prefería pensar que me había quedado dormido y soñaba. Pero no. Estaba frente al patio soleado y brillante conversando con Efrain, mi peluche, sin saber qué diría. "Es que si tú te mueres tengo miedo de lo que pueda suceder conmigo. Lo que pasa que con el cariño que me has dado se me ha formado un alma pequeñita y ya te puedo amar también un poco. No quiero que me tiren a los perros, se pongan a jugar, me destrocen y después me tiren a la basura". No sé si me rodaban las lágrimas a mí o a los dos. El futuro que teme Efraín era posible pues la gente compra ahora muchas cosas y va subestimando otras. Cuando niño había un trinche o trinchero en casa con muchas cosas que se exhibían en la parte superior y otras guardadas en grandes cajones. Nunca fueron cambiadas ni reemplazadas. Allí estaban cuando me vine a estudiar en la universidad. En la Navidad que viene habrán muchos peluches como Efraín que tal vez no lleguen a la Noche Buena del próximo año. Todo se reemplaza, todo es rápido, es poco lo profundo y serio. Los abrazos son brevísimos. Nosotros nos casamos hasta llegar a viejos sin el miedo de que uno de los dos fuera el enfermero o enfermera del otro, lo que felizmente no ha pasado. De algún modo Efraín no es sólo un peluche; Es alguien que tiene un destello de emociones que lo hacen prever y temer, y buscar seguridad. Necesita amor como el que le hemos brindado a él y quiere que se prolongue.

Cuando Lucía llegó a casa le dije: "No sabes lo que me ha pasado", dispuesto a contarle mi historia. "Sí, te quedaste dormido".

Por eso, niño y niña, cuando un peluche u otro juguete te guste tanto como para abrazarlo es que comenzaste a quererlo. Es un primer paso. O el peluche comience a desear estar contigo, entonces cuídalo con esmero. Es probable que, de repente, hable contigo y aprendas muchas cosas. Sin embargo, los grandes tienen mil preocupaciones, viven corriendo y casi ya no leen y conversan muy poco. Si tienes un peluche y duermes con él sólo abrázalo. Ah, es mejor que tengas uno solo. A veces la abundancia nos pone malo el corazón. ¡Buenas noches, niños!.

Autor: Vicente Corrotea
Foto de Efraín acompañado de Oli


martes, 29 de noviembre de 2016

EN EL PRINCIPIO

En el principio era la nebulosa,
una constelación lejana
que se dibujaba en mis retinas.
Un día cayó en mi patio
una treintena de estrellas
que se convirtieron
en plantas de fisonomía diversa
formando un jardín en movimiento
pues se unían y separaban 
en novísima danza.
Si eran estrellas, pájaros o flores,
si eran creadas por dioses
o delicadas manos humanas
en lejanas jornadas de la historia
o si las hizo el rocío de la madrugada
no lo sabía ni me importaba.
Estaban allí
quietas ahora sobre el papel,
y mi madre sabía descifrarlas
y amarlas.
A mis cinco años
mamá llamaba por sus nombres
a esos signos misteriosos
que siempre estaban disponibles
ordenados en miles de alas de papel.
Ella observaba esos trazos
que ya tenían nombres
desde tiempos remotos.














Estas son letras, hijo, que se ordenan
para formar palabras
que te darán conocimiento, sabiduría y regocijo.
Sabrás de la vida como de la muerte,
de la belleza y la oscuridad,
del amor y el sufrimiento,
y otorgarán claridad a tus emociones.
Querrás deslizarte
hasta el fondo de tu existencia
o penetrar en el corazón de los otros
para dar luz o enseñar a descubrirla.
Estarán en tus verdades o en tus sospechas,
cuando abraces o desconfíes.


Al marcharse mi madre
leí sus cartas nuevamente 
-algunas de pálido semblante-
enviadas por correo:
No tengo nada que dejarte
-me dice en su última misiva-
sólo los libros del mundo.


Autor: Vicente Corrotea
Imagen tomada de la colección de Google.