viernes, 15 de septiembre de 2017

NO LLEGO

Jugaba todas las tardes en el parque. Era feliz y por cierto también lo era su abuelo. Su risa infantil se esparcía como notas musicales que vibraban en el alma de grandes y chicos.


Pero no van a llegar. Hoy no y mañana tampoco.

Su abuelo, que anda cerca de los 90, sostenía su vida y sus ganas de vivir sobre esa varita suave que era su nieto -en realidad su bisnieto- y pláticas sobre estrellas, ríos, manzanas, lombrices y plantas conectaban a esos dos seres. Andresito, de cinco años, ha preguntado por su abuelo. "Tiene un dolor en su corazón y debe descansar para que sane". 

En el parque hay otro solitario: El columpio, ese que el abuelo reparó para su nieto. "¿Entonces, quién me va a hablar del sol del verano que acaricia las uvas o de la lluvia del invierno?". Su mundo se ha vuelto irreal. El tiempo "no anda como antes". Ayer hizo un dibujo de su abuelo "para que se mejore". No sabe cómo estar en este invierno pues es diferente a los anteriores.

Cierto, ha sido el más helado en muchos años.



Vicente Corrotea


sábado, 12 de agosto de 2017

ELECCION

Te nutres de mis frutos otoñales,
ella cuida mis raíces y mis brotes.
Eres río que baja incontenible,
ella el mar de vasto horizonte.
Eres pasajera de nubes y volcanes,
somos mutuo destino de mil jornadas.

Contigo el placer, el sol y la sangre,
la certeza del momento,
la codicia del abrazo.









Ella el escudo en la desconfianza,
la puerta accesible,
las manos que elaboran el pan,
el verbo sabio y calmado.

Será el llanto cuando yo muera
o la soledad cuando se vaya.

Vicente Corrotea

sábado, 5 de agosto de 2017

AMOR DE PRIMAVERA

Cuando joven me complacía el orden. Demasiado. Comencé a celebrar mi juventud un poco más maduro que otros, y ya terminaba mis estudios en la universidad y me prestaba a buscar trabajo. Allí apareció ella, Amanda, y el orden que amaba y mis programas, junto con mi agenda, parecieron extraviarse. Seré leal con su recuerdo: Era la espontaneidad. Sólo vivía. No reconocía el calendario, sólo que nos movíamos en el breve espacio que era la primavera. Por ello debía calcular las horas de las citas lo que me producía largas esperas que me resultaban insoportables, echando de menos la grandiosa sintonía con las horas y mi tiempo, logrado con disciplina y contracción a mis quehaceres. Hasta que  podía verla, abrazarla, olerla y amarla. Me sentía feliz de reírnos de pequeñas cosas que habían pasado desapercibidas. Mi marcha junto a Amanda y la rapidez de los acontecimientos me hacían sentir un poco torpe. Mi vida se había convertido en una suerte de carrera contra el tiempo, de homenajes, de encuentros breves o prolongados. Cuando llegué un día a su casa con un ramo de flores se convirtió en una estatua de sal, inmóvil, mirándome con sus ojos verdes. Rompió a llorar. "Es que nadie me había regalado un ramo de flores". 

Su piel morena, su mirada que destellaba dolor y ganas de vivir y su tremenda imprevisión, exaltaban mi ánimo llevándome a otras geografías algo extrañas, lejos, como he dicho, de mis deberes atesorados por tanto tiempo, que me hacían sentir en una montaña rusa sin término. 













Como a veces debía esperarla en su casa por largo espacio de tiempo, su madre empezó a darme algunas atenciones que en un principio por mi ineptitud no sabía delimitar. Al descubrirlo me produjo una desazón que, por mi experiencia y acaso mi decencia, no podía tolerar.

Lo que había empezado con la primavera terminaba con ella. Ese verano Amanda fue a pasar lejos las vacaciones con su padre y nunca volvimos a encontrarnos. En mi corazón fiel creo que supe amarla y entenderla mientras estuve con ella. Al marcharse, sentí en mi interior que algo había regresado a su justo lugar. De vez en cuando el recuerdo de Amanda en mi piel es como una música novedosa que proviene de alguna isla de mis sueños hasta mi muelle empañado de neblina.

Vicente Corrotea
Fotografía tomada de Internet


jueves, 20 de julio de 2017

PIES DE MUJER

He sabido que ante los pies de alguna mujer muchos varones suelen excitarse. Yo no soy de dicho grupo, pues los pies de una mujer me han llamado la atención sólo en un sentido estético. Pero no me crean: También pueden algunos atraerme de manera erótica no importando la edad de su dueña.

Mi historia sucedió en el Metro, cuando había menos afluencia de público. De frente en diagonal a mi asiento viajaba una mujer madura, de aspecto inteligente, de esas que uno deduce que tienen la habilidad de amenizar encuentros de amigos o de profesionales. Ese día -bien lo recuerdo- hacía calor y sus pies lucían unas hermosas chalas. O podría decir que sus pies lucían hermosos en sus chalas de verano. Había sido imposible dejar de mirarlos furtivamente. Como me he considerado maestro del disimulo, me sobresalté cuando la dama en cuestión me interpeló con notable naturalidad:
-"¿Tengo algo en mi ropa que debo modificar?".
Sorprendido como un niño y sin posibilidad de idear una excusa dije la verdad, esa verdad que se guarda a veces creyendo que por ser nuestra se evita exponerla.
-"No... Es que tus pies son muy hermosos".
Se le iluminó el rostro a la mujer.
-"¿Sabes?. El tuyo es el mejor halago que recibo  en meses?".
-"Entonces, afirmo mi idea de que los hombres somos algo necios para descubrir y confesar que las mujeres cuentan con reales encantos".



El tren había llegado a la estación terminal y debía hacer combinación al norte o al sur de la ciudad, o salirnos al exterior donde se encuentra el mall que ofrece todo. 
-"Aunque podrías asociarme a un cierto tipo de mujer te invito a un café o helados".
-"Bien, pero yo invito la próxima vez. ¿Te parece que hagamos este encuentro veraz mostrándonos transparentes y leales con nuestras simples y grandes verdades?".
-"Entendido, me parece estupendo".
Ingresé a su mundo y ella al mío. Fue una hora distendida y coloquial, sin asedios ni trampas ni límites. Hablamos de amores y desamores, de pérdidas y beneficios, de sueños y de recuerdos, de la salud y de la vejez. 

Cada uno se retiró de la tertulia con la sensación de haber sido honesto con el tiempo transcurrido. Desde acá le recuerdo que le debo un café o un almuerzo.

Vicente Corrotea

viernes, 7 de julio de 2017

SOMOS

Imaginaba cómo sería:
amante, compañera, habilidosa, alegre,
confiada, espontánea.
De algo estaba seguro:
La amaría por toda la vida.
Incendios, sequías, penurias, deterioros,
periplos azarosos, sortilegios adversos...
y seguiría amándola.

Ella llegó
cuando las espigas estaban maduras
y lentamente mi corazón la fue reconociendo
en palabras y silencios,
alejadas de apariencias y extremos,
sus pasos eran de albas y verdes los días.
Así levantamos juntos nuestra bandera.
No evitamos las batallas que da la vida
y aprendimos a fabricar espadas
y las blandimos
defendiéndonos de la algarabía vulgar, 
de certidumbres ajenas,
de las luces de los nuevos mercados.
Y fuimos construyendo nuestra patria familiar
uniendo piedras, ladrillos, argamasa,
e hicimos fuego, y fue de calor la casa
y soberanos los proyectos
con tres destinos encomendados
que hicieron leyenda muchas tardes.













Pero sobrevino el invierno
de lluvias nunca anunciadas,
sin el sol se recubrieron de musgos las ternuras,
la áspera rutina impedía los festejos,
las complacencias se fueron confundiendo 
con los deberes
y dejamos de entonar las mismas canciones.

Solicitado el tiempo sabio
nos devolvió las miradas,
y una ración de inocencia el perdón, 
el amor intacto,
las sonrisas y los juegos. 
Alejados del propio invierno
aparecieron frotes nuevos
y salimos a las plazas, al teatro,
gritamos nuestros nombres,
comentamos libros,
volvieron los amigos y la esperanza.

En nuestra casa, pintada de blanco y de sol atesoramos 
el vino y los renuevos que se asoman
y aguardamos las mañanas y las noches
con los deberes de cada hora,
con los placeres de cada día
en una hiedra de abrazos.

Vicente Corrotea


sábado, 1 de julio de 2017

NUESTRAS ALAS

Paseaba por el parque leyendo una revista cuando observé que ellas paseaban en sentido contrario. Yo caminaba lento. Después de un rato ya estaban muy cerca de mí. Una mujer de unos 65 años empuja una silla de ruedas llevando una mujer joven con notoria movilidad reducida. Hablamos del clima y de otras cosas. Al detenernos nos miramos frente a frente. Acostumbrada probablemente a las miradas lastimosas siento que se produce una empatía entre ambos. Aprovecho de interrogar.
-¿Es su hija? Pregunto con naturalidad.
-Sí, señor, es mi única hija. La tuve a los 43 años. Dicen que por eso...
-¿Y usted se siente culpable?.
-He pensado tanto en ello que no he logrado quitarme ese sentimiento de culpa. Es un dolor que debo soportar.
-¿Qué pasaría si un sanador, por ejemplo, le diese a su hija lo que tiene una mujer joven, como andar en sus propias piernas, pensar, hacer proyectos, viajar, amar?
-¡Oh, señor, no me haga soñar demasiado!...
-¿Y si ella fuera autovalente, anduviera por las calles, abrazara a los niños y a los árboles y se durmiera con mil preguntas, estaría dispuesta a mostrarle el mundo, no sólo el mundo que usted conoce sino todo el extenso mundo de los humanos?.
-Tendría que aprender. Creo que lo haría.
-No la veo tan segura. Mas aún: ¿Si ella desarrollara alas y emociones distintas a las que usted tiene, si conociera otros rostros, otras amistades y el amor mismo, amor fecundo, estaría feliz usted?.
-Nunca la pensé con alas. Todo con contrario. Ella es una carga para mí que debo cuidar o, si pienso mejor, diría que ella es una misión para mí. La he bañado desde que nació. Ella depende de mí.
-¿Usted no depende de ella?


(La madre llora. Me mira. Se da cuenta que puedo esperarla. Mira hacia arriba. Las nubes se han vuelto grises).
-Sé que no encontraremos algún sanador. Pero me doy cuenta que no debo preguntarle a Dios porqué mi hija no tiene alas como todas las demás. (Silencio) ¿Sabe? Comienzo a entender que no debo guardar ese sentimiento de culpa que me ha taladrado el corazón desde que nació mi hija. Más aún: Siento que mi hija puede tener alas cuando yo recupere las mías.
(Siento que hemos conversado demasiado en un encuentro que pareció fortuito. Le ayudo a cruzar la avenida).
-Gracias. Me siento mejor que otros días. Lo dejo pues se me pasa la hora del baño de mi hija.
-Ya nos veremos.
-Ojalá. Eso espero.

Vicente Corrotea

viernes, 23 de junio de 2017

TIEMPOS DE ASOMBRO


Soy de los tiempos
cuando era fácil asombrarse
del viento inesperado 
que tocaba cada puerta
y nadie se sentía amedrentado.
De lejos mi madre veía mi regreso
y de lejos saltaba dentro el corazón
y los libros a mi espalda.
Ah, los libros,
esos que se leían lentamente
hasta que el sol se despedía
y escribía el último verso
antes que la noche se impusiera.

















Soy de los tiempos
cuando la paz caminaba por las calles
y los vecinos 
se saludaban por sus nombres
y la última lluvia convertía los oscuros rincones
en hongos de silente existencia.

También amo estos tiempos
que la vida nos obsequia, 
aunque el planeta gire vertiginoso los días
y a veces pasemos de largo
la preocupación de un vecino
manteniendo la sonrisa en la vieja máscara,
siendo fantasmas en la estación del Metro.

Si me siento solo y cansado
llamo a los recuerdos luminosos de antaño
cuando vivir era sencillo
y el paisaje una acuarela limpia y simple.
Así logro hacer festivo mi trayecto
y mi vida mejor compartida.

Vicente Corrotea


jueves, 25 de mayo de 2017

EL PLANETA DUERME


Duerme la noche fría
empapada
de lluvia persistente,
mientras observo 
la danza de las hojas 
en la candencia del viento,
siendo dueño de mis pasos lentos
que me llevan a cualquier parte.













Me doy cuenta que he perdido
el silencio, la sencillez, la magia
de abandonar de vez en cuando
el camino trazado por años.
Ya nada es indispensable en esta noche.
Sólo el aire, la lluvia, las sombras acurrucadas 
en calles angostas, la espera de las horas,
la amistad de los perros
que vagan a donde haya un aroma apetecible,
y el taxi que me llevará de vuelta
a mi casa esquina de reja verdosa. 

Vicente Corrotea

viernes, 19 de mayo de 2017

SERENIDAD

Como la mayoría de los seres humanos he corrido tras la felicidad. La he deseado y me he creído con el derecho de poseerla, sentirla, porque me paracía tener méritos para ello. Pero los años enseñan, y si es cierta la felicidad, o sea si es real la posibilidad de ser feliz, me asiste la sospecha que deben ser pocos los que la poseen como un estado de vida. Lo natural es que la felicidad viene a quedarse en nuestra vida por un tiempo y luego se marcha. Y puede volver. Casi no depende de uno mismo. 


Con el paso de los años en que he sido feliz en ciertas épocas, me fui dando cuenta que no debía tratar de alcanzarla como se alcanza una meta o un amor o un éxito. Ciertamente puede llegar en la sonrisa de la persona con quien juraremos llegar a nuestra vejez con el amor vivo, sin mayores lamentaciones y sin considerarnos algún día enfermero (a) del otro u otra sino el compañero (a) de vida.






Al pasar el tiempo me dí cuenta que lo que debía alcanzar no era la felicidad (aunque por supuesto la aprecio demasiado) sino mas bien la serenidad, esa alegría de estar bien conmigo mismo, que no es la autocomplacencia, no es un estado de ánimo que puede terminar con algún inconveniente desagradable o con un bochorno social.



La serenidad es una conquista nuestra, en cambio la felicidad -tan fácil de pronunciar que la tenemos- es obra muchas veces de circunstancias ajenas a nosotros. La serenidad es como andar erguido por la vida sabiéndose dueño de sí mismo, de nuestros hábitos y decisiones, de lo que somos capaces de realizar y sentir, sin ser indiferente a los problemas de los demás. Una persona serena no es quien puede encontrar refugio en su casa o entre amigos, sino quien es capaz de alcanzarla viviendo las contradicciones, las iniquidades de unos pocos, rescatándonos del mucho ruido y de las mentiras organizadas que se leen y se escuchan. Como la serenidad es un logro personal, nos procura muchas veces que nos mostremos respetado, respetable y querido.



Y si se presente la felicidad, démosle  un espacio en nuestra casa y en el corazón, ya que la mayoría de las veces se aleja en muy poco tiempo. Pero -ya está dicho- la serenidad es una conquista de nuestro corazón, de nuestra vida organizada íntima y socialmente para ejercer y practicar con humildad el grandioso oficio de persona, de ciudadano.



Vicente Corrotea

  

viernes, 12 de mayo de 2017

ME GUSTA MI CASA

Me gusta volver a mi casa
con el ladrido de mi perro
anunciando mi llegada.
Nace la plática de las circunstancias:
que el hijo armó los muebles nuevos,
que mi mujer se encontró con Clementina,
que la gardenia ha reverdecido,
los consumos del hogar están pagados
y que no he terminado de leer ese libro
que me embriaga de emociones.

Me gusta estar en mi casa
cuando el ave nívea vuela sobre la mesa
y se extiende orgullosa de sentirse necesaria
del conocido rito de ubicar cada cosa
sin que falte nada en la hora del sustento.












Ya no esperamos demasiado.
La vida nos ha ofrecido
más de lo indispensable,
resguardando el don del agradecimiento
en el aposento secreto del corazón.

Vicente Corrotea

miércoles, 26 de abril de 2017

LLUVIA DE OTOÑO


Los techos se sienten cautivados
por la primera lluvia de otoño que los acaricia
con sus suaves lencerías transparentes.










Yo, cómplice silencioso de la noche,
me abrigo de recuerdos 
cargados de tiempos,
dejo que la llovizna
se acendre en mi cuerpo.

Vicente Corrotea

sábado, 15 de abril de 2017

GULLIVER, A VECES

Es parte de la lealtad que nos debemos a nosotros de preguntarnos, sin rodeos ni engaños, cómo estamos. Naturalmente nunca para sentirnos amargados pues es un ejercicio para mirarnos a lo largo de nuestras cuatro estaciones y reconocer que han sido hermosas a pesar de algunas o muchas tribulaciones.


En esta última estación que a muchos nos brinda la vida, no tenemos motivos para envidiar a nuestro vecino o vecina de 50 y tanto que sale a correr con su perro, se divierte con los amigos o va a retirar a sus nietos al colegio, porque también lo podemos hacer nosotros y aún más. Personalmente estoy consciente que debo ordenarme mejor, detener un poco la marcha pues corro sin motivo para llegar al bus o al Metro, también saber encontrar momentos que me hagan dichoso -como cuando estoy con ustedes- y evitar, hay que decirlo, aquellas personas que hablan empecinadas del pasado no porque atesoren lindos recuerdos que originan sanas emociones sino que demuestran que están fastidiadas con el presente, los asuntos cotidianos y más con los vecinos y la gente que pasa a su lado.




No pretendo ser un referente pero me gusta encontrarme con gente que conozco ya sea de mi edad o jóvenes y, cuando se da el caso, invitarnos a un café. Porque la vida con los amigos y amigas es muy importante y hay que hilar todos lo colores de este inmenso telar que cada uno/una teje durante la vida. Puede ser que delante de un emparedado y una cerveza platiquemos de su primer nieto que se casó, del partido de fútbol del fin de semana, de los escasos políticos honestos, de Neruda, de Sofía Loren, de Gustavo Cerati, de la última obra que asistimos mi mujer y yo, o del libro que estamos leyendo. En fin, de la vida misma.  

Así, cuando llegue a casa otro poco más feliz saludando a mi mujer, me sentiré un Gulliver tirándome al suelo -alguna vez- con la algarabía de mis encantadoras perritas poodles.
Y comenzaré ese otro viaje al interior de las bondades de un hogar de paz, de qué te gustaría de almuerzo mañana, aunque algunas recetas aparezcan casi listas, de los trabajos ya planificados, de las preocupaciones con algún problema de un hijo... Es la vida, es la esperanza, que te agradezco por estar acá. ¡Buenas noches!

Vicente Corrotea



sábado, 8 de abril de 2017

ALAS BLOGUERAS.

No escribimos para que la humanidad nos lea
sino para compartir nuestra propia humanidad,

tal vez herida, incomprendida, lastimada, incompleta

por sueños y realizaciones pendientes,

tal vez lúcida, discernida, madura y profunda,

viviendo con armonía y fortaleza cada día.


















Somos hombres y mujeres, creyentes o agnósticos,
siempre respetuosos compartiendo
la punta de nuestras alas
cuando se tocan en vuelos rasantes o elevados.
No importa a que altura lleguemos; 
Lo valioso es restaurar en la medida de lo posible
con sencillez, valentía y justicia
esa parte del tejido social y natural de nuestro planeta.

Y podamos revelar con letras 
lo que sabemos, deseamos y soñamos 
desde el centro de nuestra propia existencia.

Vicente Corrotea

sábado, 1 de abril de 2017

CUANDO ELLA PASA

Ella pasa con donaire, 
ignorando promesas que no se cumplen,
lisonjas que atraviesan el hormigón
o a la suerte que otros esperan.
Los operarios entre el cielo y el cemento
descubren una luz en el pedazo de planeta
que nunca va a ser suyo.
Los hombres la miran y piensan 
en novias, esposas y aventuras. 
Para el jefe que permite admirar a esa diosa
pasearse por calles abajo
-que ha descendido a estos infiernos-
le recuerda el nombre de Perséfone, 
la misma del panteón griego.

Su cuerpo es de diosa viva,
de carne viva, deseada y perfumada,
mejor que una estatua de mármol. 
Sus pasos, con ligero vaivén, 
no tienen prisa ni pudores como quien acierta
un golpe a una sociedad torcida y egoísta.



Ella desaparece de las calles y 
el concreto vuelve a subir a las alturas
más apresurado que para una Babel,
la armadura de los fierros es compuesta
con más rigidez que nunca
y los andamiajes tiemblan de actividad.
"¿Quién sabe cómo se llama?"
grita una voz desde el vientre del nuevo edificio
como si fuera un ave migratoria 
atrapada en un invierno.

Los hombres terminan rendidos su jornada
pero más dispuestos para mañana.
Ahora sólo esperan llegar a sus casas
para un sueño de dioses.

Vicente Corrotea

domingo, 26 de marzo de 2017

¿VIEJO YO?

No siento estar ubicado en el grupo de los llamados viejos,  nombrado así por cariño o por falta de delicadeza, aunque pasé los 78, sin que se diera cuenta ningún calendario.

No lo puedo negar: Nací en una época tranquila donde hasta las nubes del día y la luna de noche eran elementos transparentes y el aire saludable, mientras el colegio se convertía en un templo casi sagrado donde la palabra, hablada y escrita, era el asiento de los misterios del saber. Luego, debería hablarse y escribirse con absoluta corrección. Era una época de la buena ortografía. Cuánto sufrían mis compañeros que provenían del sector lindante a mi pueblo mientras yo había sido preparado por mi madre desde muy pequeño, por lo que sabía leer y escribir antes de llegar al colegio. Ahora la mala ortografía se considera una moda, un aticismo, una rebelión. ¿Contra qué? No pretendo hilar fino pero creo que atentar contra la ortografía es un modo de corrupción más que de rebeldía. Es como que la falta ortográfica se comparara con la falta a una norma de seguridad en la carretera. Lo que vale decir que cada palabra -que normalmente fue construida durante mucho tiempo- se hizo con un sentido determinado, por lo que debemos respetar su arquitectura, vale decir su hermosura. Su contravención es un envilecimiento que pudiese traernos algunos problemas de comunicación que ya los tenemos, como en muchos discursos de algunos personajes que no dicen nada o que no se les entiende.

Vicente Corrotea