martes, 27 de febrero de 2018

ENCRUCIJADA

Pasé por su casa para un saludo rápido. Hace años habíamos trabajado juntos con grupos de personas. Era alegre y llena de ideas. Los años habían corridos, se había casado y tenía un hijo. Sin embargo, su recepción era tan cariñosa, como no la esperaba a esa hora del día. "Mi marido -me dice- tiene una conferencia y yo recibo mi título. No pudo venir la señora que lo cuida y no sabemos quién se puede quedar con nuestro hijo." Ya tenía 6 u 8 años, y su desesperación la hacía confiar de mí aún después de tanto tiempo. La verdad, siempre he sido confiable. Nos pusimos de acuerdo dónde nos encontraríamos pues ellos no estarían en su casa. El pasaría en su auto por mi amiga y ambos llegarían a un lugar del parque algo alejado de la ciudad donde nos recogerían a una hora determinada. 

Llegamos de la mano. Eran miles los visitantes y había que aumentar los cuidados con el niño. "Si no me ves en un momento no camines ni corras. Quédate en ese mismo lugar". El, inteligente, me había entendido y apreciaba lo complicado que era el ir y venir de la gente. Era algo excitante incluso para mí ver a todo un mundo en movimiento. Jugamos, comimos de esas cosas que consideraba sanas y que a él le gustaban hasta que logramos sentarnos a descansar un rato pues estábamos muy cansados. El niño se veía feliz de conocer otros lugares y otros juegos sin que yo le hiciera demasiada recomendaciones, más bien le demostraba confianza. En eso un hombre maduro me pregunta "¿Y usted no teme a la muerte?" No quise atenderlo viéndome con el niño que cuidaba a mi lado que en ese momento quería seguir con la diversión. "En realidad no le temo", dije para no parecer poco gentil, desapareciendo el niño y yo entre la multitud. 


Al lado del parque, que debe ocupar un par de kms cuadrados, existe un antiguo pueblo ya renovado especialmente con sus colores diversos y llamativos de sus casas, algunas nuevas junto con pequeños edificios. Dimos una vuelta para conocerlo. Allí podría pasear a mi gusto si anduviera solo, pensé. En cada esquina, en cada plazuela, podría regocijarme mirando a la gente y su alegría. Cuando de repente encontramos al tipo que preguntaba por el miedo a la muerte. Creo que mi respuesta honesta le había llamado la atención y lo evité por el niño. Sin embargo, después de un rato lo volvimos a ver. "Y porqué no le teme a la muerte, señor?" El niño, escuchando que no le interesaba permanecer con nosotros, pidió estar en un local de juegos al frente de donde estábamos, tirando pelotas de trapo a unas caras que corrían por una pasarela. Estaba alegre y me trajo unos premios que había ganado. Allí comenzó la tragedia. Después de mirar al niño una cincuentena de veces no lo ví y me paré corriendo por las inmediaciones, seguro que lo encontraría pero pasaron los minutos y comencé a desesperarme. Me acerqué a un servicio de información donde se buscaba a las personas perdidas por altos parlantes, descubriendo con horror que había olvidado el nombre del chico. Y corrí y corrí en su busca. ¿Qué le iba a decir a mi amiga y a su marido que no conocía? ¿Qué iba a ser de mí?. Todo era un caos siendo lo peor el caos que llevaba en mi interior. Me acerqué al sitio donde nos encontraríamos para devolverle al niño pues ya era la hora según el acuerdo. Entonces ví que con tal gentío era imposible la probabilidad de verlo. y me subí con esfuerzo a un promontorio para tener una mejor visión. Lo que me llamó la atención fue un auto blanco desde el que saludaban de brazos a una de las personas en donde yo me encontraba. Caí allí mismo, extenuado, angustiado. En una tarde había cambiado mi vida. Se había hecho de noche, sin embargo, aunque menor la cantidad de gente siempre era bastante para andar y buscar. Había muchos menos niños y podía tener mejor vista para encontrar el mío encargado. ¡Encargado! Sí, a ti Vicente. Me dí cuenta que paseaba por partes ya vistas. La fatiga ya me consumía mi vientre vacío. No supe que pedí en un restorán grande y de buena atención, pues no me sentía calmado y me removía una angustia insoportable. En un par de horas iba a amanecer y me rendí al ofrecimiento que me hizo un escaño bien iluminado. Creo que lloré un poco. Vivía solo en un departamento y sentía ganas de estar en él y no saber de esta tarde. Sufría la soledad de quien se siente perdido por primera vez en su vida.





Pasaron varias días. Todos los días compraba el periódico para leer desapariciones de niños. Pero no sabía el apellido del marido de mi amiga ni del niño del que no recordaba su nombre. Con el único dato que contaba era el nombre de su madre. Así buscaba y buscaba. No quería volver a mi departamento y sentía una vergüenza muy grande que desgastaba mi personalidad para visitar a mi amiga a la cual le había fallado. No soportaba la posibilidad que me miraran como un irresponsable y torpe ni verles su amargura en sus rostros. Mientras tanto seguía dando vueltas. De alguna manera prefería esta libertad que me daba este lugar amplio, que se me ocurría más legítimo y real. Había arrendado acá otro departamento en un cuarto piso muy amable que me permitía pasar desapercibido de todos, y como era un residente tranquilo que ayudaba a subir  carritos de feria y bolsos, era tratado con mucho esmero por sus dueños y vecinos. Me dí tiempo para adquirir ropa y zapatos. pero en ningún momento perdí de vista que mi problema era encontrar a mi pequeño amigo acá y en otros lugares. 

Fui descubriendo. que podría adaptarme a una nueva vida, encontrar nuevos amigos y amigas. que podía reír y ser feliz con pocas cosas, cocinar o simplemente comer a mi elección en el parque o en el mismo pueblo. Entonces me dí cuenta que me había habituado a este lugar que no conocía. Había pasado cerca de un mes y ya tenía un escritorio donde trabajar y, por un poco de dinero, me había instalado un ordenador. Mi cuarto permanecía limpio y ordenado a mi gusto. Estaba contento con la nueva vida que llevaba aunque cargaba con esa preocupación latente, un peso de culpabilidad donde, al final, no podía sentirme estable ni proyectar mis sueños. En realidad, no había afrontado los acontecimientos como suelo hacerlo. Con mi amiguito extraviado era ahora yo quien estaba perdido.

Pero ocurrió lo impensable cuando un día, siguiendo a la gente que caminaba, una mujer con su hijo paseaban juntos con cientos de otras mamás delante algunos metros. Sólo me dí cuenta de un niño que miró hacia atrás, se zafó de su madre y corrió para abrazarme. Era Gustavo -ahora sabía y recordaba su nombre- y se mostraba feliz de encontrarme. "Perdona pero cuando no te ví me fuí al lugar donde mis papás me esperarían" -fue lo que me dijo el niño- "pero igual te saludamos desde nuestro auto". En eso llega mi amiga diciendo que no sabía dónde yo vivía para agradecerme esa tarde donde todo había salido perfecto.

Nos separamos. Me detuve, solo o en comunicación con la humanidad, respirando todo el aire que me había faltado. No sabía si estar defraudado, ofendido conmigo mismo o feliz. Un tipo de placidez y de paz inundaba mi alma. Me dí cuenta que había sufrido mucho pero que nunca había estado solo, que siempre alguien te necesita o alguien simplemente espera tu sonrisa, aunque no sepa de tu dolor.

Al día siguiente volví a mi departamento anterior, pagué lo que debía y me quedé en el que ahora ocupo en un cuarto piso, más grande, limpio y pintado con los colores que había sugerido. De repente sentí que lo podría molestarme -cuando ya estaba feliz de todo- era el tipo que me abordaba para preguntarme si temía a la muerte. En realidad, lo encontré un día para decirme que ya había resuelto su problema existencial y que vivía tranquilo.

Termino este relato pero no quiero negar su procedencia. Ciertamente no es de mi autoría, bueno, sí lo es, pues fue un sueño.
Un sueño único ya que nunca recuerdo alguno en mi vida, tal como recuerdan el suyo por las noches todas las personas.  Tomé una precaución: Si esperaba la llegada de la mañana el sueño se esfumaría en mi cabeza, por los menos éste aún lo recordaba, y me vine a mi cuarto del computador para escribirlo. Al principio me invadía una cierta angustia que apretaba mi pecho cuando lo escribía. Una vez escrito puedo deducir que tengo, quizá, una pequeña ración más de humanidad la que agradezco.

Vicente Corrotea

domingo, 4 de febrero de 2018

TAN SOLO UN LIBRO

Sostengo, concentrado, un libro que leo. Alguien pregunta para qué leo. Dudo que sea a mí a quien se dirige y hago que no lo escucho. "Porque los libros son bien caros", afirma acercándose.

Cierro mi libro con tranquilidad cuando me doy cuenta que ha bajado el natural bullicio dentro del carro del Metro. Sin quererlo abrazo el libro que llevo. Busco con la vista a quien me habló reconociéndolo porque ligeramente retrocede unos centímetros. Franca y modestamente lo miro a sus ojos.  






"Es cierto -le digo- que la adquisición de un libro se castiga con un alto impuesto, un 19%, sin embargo, para aquellos que sabemos que un libro puede ser un tesoro y aunque nos duela su precio, gozamos leyendo uno o dos al mes o esporádicamente. Yo no vivo sin leer un libro. Un libro bien escogido y bien leído lo hace a uno un poco más feliz y, a veces, muy feliz. Mire, ¿sabe lo que se ve desde acá por la ventanilla? Mañana verá lo mismo, pero la lectura le da a usted una visión mucho mayor tanto para observar un paisaje urbano como para apreciar a las personas. ¿Le digo otra cosa? Los libros le pueden enseñar a amar mejor. Sí. Le aseguro que se va a motivar, de vez en cuando, llevarle algún ramo de flores a su señora, porque usted querrá hacerlo y a ella recibirlo. En fin, le puedo decir que ya el libro lo ha tocado, lo ha motivado con la presencia del que llevo, porque un libro tiene misterio, luces y energías...".

El tipo ya no era un desconocido. Yo iba sentado y él de pie. Me dio la mano y se juntaron nuestras cuatro manos. Entonces pasó algo inesperado: alguien aplaudió y aplaudieron los demás que habían escuchado mis palabras no tan ordenadas como las que he escrito.


Vicente Corrotea


sábado, 27 de enero de 2018

HASTA PRONTO

He permanecido ausente durante varias semanas de calor, por acá, en las tierras del fin del mundo, pues tengo la oportunidad de mejorar mis ingresos con nuevos trabajos en esta época y, consecuentemente, de ahorrar.

Pero tengo mi corazón y hecho de menos esta posibilidad de comunicación con mis amigas y amigos blogueros.

Espero que sea hasta pronto.

Vicente.

viernes, 29 de diciembre de 2017

EL GORDO DE ROJO

Pasamos una noche de Navidad íntima, con cena especial y naturalmente familiar. Nos sentimos bien cuando los hijos recordaron que pasaron una niñez muy feliz. Pero también pensamos en que hay muchos niños como el Bebé de Nazaret, pobre y sin juguetes. Cuando el gordo de rojo golpeó nuestra puerta no le abrimos. Hizo una marca y se retiró. Hace un trabajo que no compartimos por ser mercantilista y, además, nunca ha regalado nada. A los poderosos no les viene bien el ejemplo de un familia pobre y modesta que sólo vino a traer paz y felicidad y a decirnos que todos somos iguales y nos lo recuerda cada año. 

Hicimos nuestro pesebre y bien adornado, creo que muchos lo hacen,  pero no nos damos cuenta que afuera, tal vez cerca de casa o más lejos hay pesebres vivientes e invisibles. Nuestra tarea es que haya menos pesebres de carne y huesos. Eso depende de qué y cómo enseñamos a los niños, hijos y nietos, no sólo en cada Navidad. Depende de qué obsequiamos y, a veces, de cómo los abrazamos.



Con mucho cariño les deseo a cada uno, a cada una un año maravilloso, porqué no, cuando ello depende en gran medida de nosotros. ¡Felicidades!

Vicente Corrotea

viernes, 15 de diciembre de 2017

NAVIDAD

Navidad es un tiempo que nos hace sentirnos buenos, buenas personas. Si somos mayores recordamos nuestros sencillos juguetes de madera comparados a los innumerables y sofisticados de hoy. Tal vez podamos recuperar algo de nuestra inocencia y esa confianza de recibir al Maestro -primer nombre otorgado por la gente a Jesús que lo escuchaba impresionada- para hacernos hermanos a todos y hermanos felices. Porque prefiero más los caminos que las metas es que confieso me gustaba siendo niño el tiempo de adviento, ese antes de la Navidad, con sus ritos de espera y de esperanza que hacía sentir a mi corazón con la armonía de ser un humilde pastor y un poco rey mago. 

Hoy, en estas calles de asfalto, de semáforos que permiten el paso o lo detienen, y que por cables de cobre pase ordenadamente la energía, y que el agua corra por ductos a nuestros hogares, y que por el aire circulen las ondas que nos permiten escribir o hablar y leer, es decir, comunicarnos, todo parece perfecto. Sí, parece perfecto. Porque especialmente los que hemos aceptado el mensaje de Jesús de Nazaret -cristianos, musulmanes y judíos- estamos llevando la carga de nuestros dogmas que ahora nos separan y nos hacen odiarnos o temernos.



Hemos abandonado muchas veces los procesos del corazón y apenas orientamos nuestra vida a la colaboración con los demás. Es cierto que hemos perdido muchas batallas eligiendo autoridades poco sensatas e incluso corruptas, pero es hora de honrar nuestra calidad humana, fraternal, honesta, sencilla, solidaria, lo que debe ser reflexionado.

La Navidad se acerca. No le demos el gusto a aquellos que nos esperan para que adquiramos juguetes y miles de cosas que después sobran y molestan los espacios de nuestra casa. Muchos creen que la Navidad es mágica, porque es blanca donde cae nieve y calurosa como la del sur. Como sea, hay un mensaje de Jesús que tiene que ser escuchado: Que este gran hogar, que es la tierra, sea recibido como el obsequio para que lo administremos con justicia y paz. Y diría con valentía, afectos, comprensión, alegría. Si hay una orden que cumplir es que seamos salvadores de una sociedad que espera un milagro, el milagro de nuestro esfuerzo eficiente para hacerla el lugar donde crecemos y somos felices.

Vicente Corrotea


martes, 28 de noviembre de 2017

SI RENUNCIO (2007)

Si renuncio a los recuerdos de trenes de mi infancia
y a la añoranza de la vieja estación convocante;
Si por capricho rechazo el aroma de jazmines, manzanos
y de la fresca madrugada del verano;
Si reniego de la vida porque el tejido
hecho de sosiego y tiempo me fuera censurado;
Si desprecio mi nobleza y mis sueños en una peregrina noche
y grito en la plaza "no creo en nada, hagan lo que quieran"
y con un golpe de arrogancia destruyo
mis poemas sólo porque son menores;  
Si pinto mis rencores en los muros ciudadanos
y al silencio vespertino colmo de miedos y lamentos   
olvidando agradecer el fruto de la jornada conseguido  
y volviendo hacer las preces sospecho que Dios nunca ha existido; 
Si sólo pensara abandonar mi lar de 400 metros cuadrados
para reanimar mis huesos largos y mi angosto discernimiento en puertos lejanos arrimados al calor de historias de amores y de muertes.
     

Y si vuelvo a imponer preceptos al amor, a los afectos
y a la agitación de la existencia
sin dudas el mundo continuará su necesario lance.

Pero acá, en esta esquina del planeta, 
quedaría demostrado que soy un grandísimo estúpido.

Vicente Corrotea

lunes, 20 de noviembre de 2017

PLATICA CON LA MUERTE

Sé que andas cerca 
aunque no escuche tus pasos.
Te presiento observándome,
dejando sabulosas huellas, 
inventando una sombra, persuadiéndome.
Pero yo sé, y tú también lo sabes, 
que éste no es tu tiempo
de levantar la guadaña
ni el mío de retirarme o rendirme,
querida muerte.

Aunque sienta tus delgados dedos
sobre mi dorso
o aprietes con tus tenazas mis rodillas,
bebo aún en la copa cárdena de la esperanza 
en compañía de amigos y amigas
pues aún vivo para celebrar compartiendo
mi dicha y mis defectos.
O permanezco solo en el sosiego de mi cuarto
con mis libros de pie, 
aguardando que los lea o los eche andar de mano en mano,
con mi ordenador a la espera
de una caricia por sus teclas,
sin que alguien tañe campana alguna
anunciando la postrera noche.










Aléjate de mi arroyo que baja imponiendo su rúbrica
entre peñas y viñas.
Aléjate de mi otoño
y de mis brazos ungidos para rodear agradecido
mientras camino por viejos y nuevos senderos.
Y sin disfraces, durante mis jornadas o mis holganzas,
comparto mis frutos madurados.

Vicente Corrotea

domingo, 12 de noviembre de 2017

DIEZ ANHELOS EN FAVOR DE LOS MAYORES

1.- Los mayores gozarán de entrada gratuita a cines, obras de teatro, museos, bibliotecas, centros deportivos y otros.

2.- Podrán asistir a universidades para mayores o a otras que prefieran.

3.- Los mayores dispondrán de su propia bicicleta que deberán usar todos los días por media hora como mínimo.

4.- Los mayores contarán con su propio cuarto independiente, con su equipo ordenador (con el compromiso de crear un blog y comunicarse con sus antiguos compañeros y establecer nuevas amistades). Además, contará con baño y una biblioteca y tendrá vista agradable hacia afuera.

5.- Los mayores pueden acompañar a los nietos al colegio pero no están obligados a realizar trabajos domésticos ni las compras del supermercado, si no lo desean, pues los más adultos necesitan recrear su vida y su tiempo. Podrán jugar con sus nietos y salir con ellos, pues eso los hace felices, pero cuidando que no se convierta una carga.


6.- Los hijos y los nietos están obligados a preguntarles cada día cómo se encuentran y ayudarlos a ocuparse de sus visitas médicas y reposos

7.- Deben concederles, si lo solicitan, integrarse en grupos de convivencia, de ayuda, de aprendizaje u otros.

8.- Deben permitirles, si lo desean, ocuparse en arreglos del jardín de su casa y, mejor, de alguna huerta.

9.- Permitirles también empezar o continuar con su trabajo remunerado, si lo desean, si tal actividad le da seguridad y mayor significado a la vida, al sentirse útiles laborando y recibiendo una entrada mensual.

10.- Debemos saber que los mayores pudiesen perder algo de su condición física y mental, pero la madre naturaleza les entrega en cambio capacidades nuevas y perfecciona las antiguas. Siguen amando y apreciando mejor el mundo y las personas, especialmente a sus nietos aunque ellos estén muy lejos de sus abuelos.

Vicente Corrotea


lunes, 6 de noviembre de 2017

EL CARTERO (2011)

Siendo adolescente tuve una noviecita cuyos padres y ella -después de unos años- volvieron a su país. Durante mucho tiempo nuestras cartas iban y venían cada semana con lo cual mi tiempo no tenía la medida que tenían los demás. En aquella época, en mi pueblo, todos se conocían y saludaban. Podría haber afirmado que todas las personas eran importantes pues cada una realizaba una misión que le distinguía, como el cartero que en su vieja bicicleta repartía las cartas y algunas venían desde muy lejos. "Ha llegado carta", decía en la puerta asignada y parecía feliz de ser mensajero y traernos augurios de alguna divinidad. La diosa que velada por la frecuencia semanal de la correspondencia debió haber tenido largas jornadas de trabajo pues, con los meses, se fue espaciando más y más, hasta que sólo en los cumpleaños nos enviábamos un saludo que ameritaba una respuesta. Para entonces escribíamos de nosotros pero no desde el corazón sino de nuestros estudios y proyectos, pero seguía siendo el mejor obsequio que todavía me alborozaba aunque llegara sin perfume.












Vivo desde los 21 años en Santiago. El cambio fue súbito y violento. Puedo señalar que el cartero donde vivo tira las cartas, no le importa nuestro saludo y pasa rápido en su moderna bicicleta bien equipada y porta una polera con un logotipo que dice "Correos Chile". No entrega cartas de amores, de buena salud o de aviso de alguna herencia. No. Es sólo un invasor que nos trae sobres iguales conteniendo boletas de consumo de ésto y de aquello, y algunas de bancos a los que nunca he pisado sus oficinas y que me ofrecen dinero a 48 meses plazo. ¡Qué bondad! ¡El cartero, ese irremediable y odioso hombrecillo, no demuestra tener remordimientos de ser una pieza más en este sistema mercantilista!... Mi perro y yo lo hemos castigado: El Raco no lo deja acercarse a la reja del antejardín y yo no le recibo las cartas personalmente. He pensado en matarlo pero no valdría la pena tanto esfuerzo, pues al otro día llegaría otro de esos legionarios a reemplazarlo en su enconada labor de perturbar la paz familiar y rebajar nuestra dignidad. Además, el cartero asesinado -diría sólo ajusticiado- se convertiría en héroe por dar su vida en cumplimiento del deber.

A modo de aproximación de aquellas cartas lejanas, aspiro el aroma de la flor del jazmín de Jujuy, que abraza la pierna del porche de nuestra casa en este noviembre florido.




Vicente Corrotea
Al lado el jazmín mencionado 


sábado, 28 de octubre de 2017

TAL VEZ OLVIDE (1907)

Tal vez olvide los libros leídos y mis poemas, 
la página en blanco,
mi tiempo perdido y mi tiempo compartido.

Hasta olvide a mi perro,
el camino a mi casa, la ventana abierta,
los mil abrazos
y mis transgresiones redentoras.



Y sin alfabetos
olvide los sueños no confesados,
mis dudas y mis certezas,
la porción del sol que en mí queda
haciendo las preces por la tarde.

Tal vez algún día no recuerde nada,
sólo tu amor profundo y breve.

Vicente Corrotea

domingo, 22 de octubre de 2017

RACO, NUESTRO PERRO

Hace 14 años que Raco, nuestro perro, es parte de mi familia. Desde que tuvo uso de razón, Raco prefirió vivir en el ante jardín, donde se pone una cama para que pueda pernoctar como lo merece. No puedo dejar de confesar que Raco y yo tenemos un destino parecido: Ambos estamos jubilados y ambos también seguimos trabajando. Es un fiel perro policial pero no lo ven así los demás pues opera encubierto, y lo amo así como es. Mi perro nunca sale a la calle salvo cuando llegamos en taxi trayendo la mercadería desde el supermercado. En esa ocasión, Raco da una vuelta de unos 4 a 5 minutos mientras entramos las cosas y se entra a esperar otra ida por las compras dentro de unos 10 días.



El conoce a sus congéneres del barrio. Cuando ladra una perrita que él no conoce ni de nombre le baja una tremenda melancolía y se pone a aullar como que si estuviese en una pradera o llanura o qué se yo, y salgo a consolarlo. Se ha puesto más regalón. Otro elemento que nos asemeja. Pero se porta irascible con las personas pobres. Le he enseñado educación cívica, ética e inclusión con mucha paciencia y le he mostrado que todos somos iguales. Bueno, Raco no es perfecto y yo tampoco (otro elemento de semejanza), pero un día o muchos días Raco estuvo a punto de llegar a serlo.



Raco saluda silenciosamente a mis vecinos y amigos. A todos. Sin embargo, hubo un residente de una villa cercana muy amable, que siempre que pasaba por mi calle nos saludaba cordialmente, se ofrecía para ayudar a otros pues se demostraba muy solidario. Pero mi perro -había que verlo- saltaba enfurecido sobre la reja ladrando contra Iván, cada vez que éste aparecía frente a nuestra casa y se iniciara una corta conversación. Siempre resultaba así: una muy corta conversación porque la palabra la tenía Raco. En esas ocasiones no sabía qué hacer. Pasaron varias semanas y tomé en cuenta que mi vecino Iván no pasaba por nuestra puerta, cuando un día entré a la panadería por pan y pasteles siento que alguien me dice muy discretamente: "Sabe de su amigo de la otra villa? Tuvo un juicio pues la daba malos tratos verbales a su señora, y la última vez fue físicamente. Todo terminó con la separación definitiva. ¿Se da cuenta usted? Todos lo creíamos un caballero responsable, amante de su familia y solidario con los demás. ¿Quién podría pensar que no era como todos los considerábamos?"



Al salir del local me quedé sentado un rato en un escaño de una pequeña plaza cercana. No pensaba en nada que no fuera la tragedia de una familia y la de un hombre con la misión de cuidarla y amarla, llegando, en cambio, a un fracaso y separación que afecta a todo el grupo familiar. Pero había otro factor que fui tomando en cuenta: ¿Ésto lo pudo saber el Raco? Mirados bien los acontecimientos es sólo un perro que se enfada ante una persona. Nada más. Sin embargo, me dí a pensar que quiso que yo supiera lo que pasaba e hiciera algo para evitarlo, y su desesperanza aumentaba sus ladridos que eran un aviso que no tomábamos en cuenta.


En la puerta del antejardín esperaba mi perro. Nos miramos y no sólo recibió un simple cariño sino que lo abracé llegando a la conclusión que no debía darle más vueltas a un asunto que debió haber sido sólo una eventualidad. ¿Cierto?  ¿O acaso mi perro tuvo la capacidad de oler la ruindad e hipocresía de un ser humano?.



Ingresé a casa taciturno, dispuesto a conversar con Lucía, mi mujer, y narrarle los recientes acontecimientos. "¿Y mis pasteles?" preguntó ella. Había llegado sólo con las marraquetas. Me devolví a buscarlos.



Vicente Corrotea

viernes, 13 de octubre de 2017

LA MONTAÑA

Creo que es fácil escribir un mensaje, un cuento, un discurso, un poema, un libro, si es que tienes la pasión, la experiencia y el talento para lograrlo; Lo difícil para conseguirlo acertadamente es quien te lea sienta tu abrazo, tu valor de decirle honestamente que ese que está leyendo eres tú lo más transparente posible y comprometido en las relaciones humanas tan imperfectas como maravillosas. Así lo creo yo.




Como todo arte o proyecto que nos propone la vida comenzamos dando un primer paso. Los que somos mayores podemos decir que no es fácil. Más aún, que no es sencillo escribir o escalar una montaña o alcanzar la felicidad. Humildemente puedo señalarte -lo digo especialmente para aquellos que quieren ser militantes blogueros o desean continuar con mayores ánimos- que vale bien el intento, vale bien desatarse del posible cansancio y rutina de cada día. Escribir es poder hacer un esfuerzo complementario para que te conozcas mejor y conozcas a los demás. Por ahí he escrito que vivir es el arte del encuentro.


Quisiera hacer un reconocimiento sincero a todas y todos los que escriben a través de Blogger, especialmente aquellos reconocidos por su talento especial, haciendo más alegre la vida de los demás. Asimismo, debo decirte que si no llegas hasta la cúspide y sólo hasta la mitad de la montaña, -como muchos llegamos sólo hasta allí-  no te preocupes pues también el paisaje se ve maravilloso.


Cuenta conmigo. Allí nos encontramos para abrazarnos.


Vicente Corrotea


sábado, 7 de octubre de 2017

OBITUARIO PERSONAL

Una bandada de aves migratorias robó mi tiempo
depositándolo en esta estación vespertina,
y sin darme cuenta de la edad que tengo
mis amigos han comenzado a marcharse
sucumbiendo a una flecha envenenada
o tras sus puertas cerradas
dejaron de contar sombras gastadas.
Hubo uno resistente como espada
luchó por lo más noble de los humanos
hasta caer de bruces sobre la arena
cubierta por la huella de sus pasos. 



Me otorgo recordar a los que se han ido
y que tuvieron algo en común en la fatiga de la jornada:
el itinerario compartido de proyectos
y la porción de divinidad que todos llevamos
al transformar las lágrimas en aguas reposadas
y la experiencia del abrazo
de cada encuentro.

Muero un poco con los que murieron
y vivo mejor con los que soñamos
con estas anunciadas ausencias a mi corazón aferradas.

Vicente Corrotea



sábado, 30 de septiembre de 2017

¡VAMOS, AMIGOS!

¿Qué te pasa, amigo? ¿Ya no llevas el ritmo de antes?
¿Te interesan menos las fiestas y no compartes con los amigos platicando de los otros, de los que siguen casados, 
de los que tomaron otro camino, del que anda de viaje por ahí, de la que canta en su iglesia y se pregunta porqué no lo hizo antes? Algunos ya no están. Eso pasa en la edad que llevamos y nos ponemos triste. ¿Abrazaste a su esposa que te recibía orgullosa porque eras el mejor amigo de su marido y le visitabas contento después del partido? ¿Fuiste a despedirlo al camposanto? 

¡Por favor, no le eches la culpa a los años que hemos vividos! ¡Hemos firmado un contrato con la vida!. Cierto, estos son más años pero también otros años. Miramos y palpamos de otra manera, podemos decir cosas que antes no nos atrevíamos. ¿Acaso no sabes porqué te prefiere tu nieto ni de dónde sacas las historias que le cuentas? ¿Tampoco acompañas a tu esposa a cerrar los ojos para recordar ese tiempo de novios que se ha ido como el color de las viejas fotografías que se visten en ese tono sepia de penas gastadas?. 

¡Vamos! Dime de una vez: ¿Qué nos pasa, amigo?

Te das excusas para no probar las empanadas de queso ni las sopaipillas. El otro día no comiste del asado familiar.

Claro que hay que cuidarse. El problema, camarada, es que buscas razones para vivir con un dejo de tristeza y te sientes culposo porque los años no te dieron la cuota suficiente -tú lo crees- de felicidad o de mayor acopio de comodidades hogareñas, sin tiempo para descansar, leer y escribir. ¡No nos damos tiempo para reír a carcajadas ni echar al carajo eso que creímos sagrado! Si hay Dios quiere que seamos también -mujeres y hombres- mayores por dentro y fuera; Que no le tengamos miedo a la muerte ni mucho menos a la vida.




Oye, también tú, amiga: ¡Tenemos que volver a gozar de nuevo! ¿Dónde quedó la magia del abrazo o del consejo que nos dabas mirándonos a los ojos?. ¿Recuerdas cómo bailabas? Nunca te extralimitarte pero nos moríamos de la risa con tus improvisaciones, con tu manera de apreciar la vida y los amigos. ¿Ahora, te ríes o lloras emocionada al saber que tus hijos trabajan lejos y que a tus nietos sólo los ves creciendo a través de tu ordenador?

¡Vamos, amigos! El tiempo vital es de un sólo un día; Ayer y mañana no existen. Sólo existe hoy para gozarlo. Lo sé: lo dice todo el mundo, pero no se desentiendan.

Amiga, amigo, hagamos un trato: Creamos de verdad que se puede asentar las bases de relaciones para hacer un mundo mejor; Lo que hace falta es coraje y decisión y lo podemos obtener pues tenemos sabiduría y buen humor. ¿O no? De a poco. Empecemos botando al papelero ese listado donde hemos incluído a los vecinos pesados. No existe. Ojalá saludemos a todos y todas en nuestro barrio. En mi país los niños y jóvenes, sin los prejuicios que tenemos, tratan de tío (que no es tipo o individuo) a los amigos de sus padres, como incorporándonos a su grupo familiar. 

Sigamos con el trato: Ayudémonos con buena onda, con verdadera alegría, hablemos de medicamentos sólo cuando sea necesario en nuestro entorno. Ah, y desarrollemos más ganas para comentar las entradas de las amigas y amigos de los blogs a los cuales debemos reciprocidad. Acuérdate que también de los comentarios y su respuesta viven las letras y el corazón de los blogueros.

Para terminar he querido incorporar un trozo del libro que se señala más abajo. 

"Tenemos que reaprender lo que es gozar. Estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras. Un lujo verdadero es un encuentro humano, un momento de silencio ante la creación, el gozo ante una obra de arte o de un trabajo bien hecho. Gozos verdaderos son los que embargan el alma y nos predisponen al amor".





                                                                                  Ernesto Sábato
                                                                                  La Resistencia
http://haciaunavejezdigna.blogspot.cl
Este blog expone en forma científica
el tema de mi entrada.

Autor: Vicente Corrotea

viernes, 22 de septiembre de 2017

NATALICIO

Desde hace años realizo con honestidad y diría con valentía, una caminata por mi interior, y no ha sido fácil. Se ha tornado lenta a veces pero también dichosa y venturosa. He tenido que modificar varias veces su ruta y mis metas, y restarle a mi mochila algunas pertenencias, ya no tan importantes como antes, para avanzar más raudo. No es una labor para autoflagelarme ni especular ni mucho menos. Es algo así como subirme a un monte y observar cómo ha sido mi camino y cómo mejorarlo.




Ahora, cumplido los 75, suelo aplicar mi experiencia y mi porción de sabiduría, sintiendo que mi marcha se encuentra en la mitad del camino. Es lo que creo o bien es lo que quiero creer.

Algunos de mis amigos y amigas dicen de varias maneras que están regresando. Es decir, que llegado a un punto en el camino se detienen para buscar una vida más tranquila, sin problemas, sin bulla, en la calidez de su familia, se ven con una sensación de languidez, lo cual puede ser normal. Pero aquéllo es como un apronte muy adelantado a ese otro estado que ofrece el último trance de la vida. Es una opción que merece todo mi respeto. Pero no la elijo. Tampoco me resto una cantidad de años a los tengo -como lo hacen no pocos- pues aunque me sienta más joven que otros, prefiero pensar simplemente que tengo mis 75 bien puestos, que tengo sueños y que realizo trabajos nuevos, siendo algunos pequeños, que camino dos o cuatro kilómetros, que hago elongaciones. Poseo la capacidad de escuchar a personas que tienen ganas de comunicarse y que las escuchen con atención en el río de gente del Metro o en otros lugares. Simple pero siempre que la realizo la considero una intervención delicada. Pero, en fin, no soy ni más ni menos que otros muchos pero con ganas de contribuir a que este pequeño mundo sea un poco mejor. 

Esta es una sencilla reflexión que me ha ocurrido en la víspera del día de mi cumpleaños. Nunca pensé llegar a vivir tal cantidad de años los que agradezco a dios, a la vida, como también a Lucía, mi mujer y compañera en este sendero. Desde luego extiendo mi gratitud a cada uno, a cada una de ustedes pues he sentido una valiosa alianza su compañía y afecto.

Termino contando que mi madre me enseñó esta oración de nuestra Gabriela Mistral. Creo que viene al caso para cualquier persona de buena voluntad.

                              
Himno Cotidiano

En este nuevo día 
que me concedes, ¡Oh Señor!,
dame mi parte de alegría
y haz que consiga ser mejor.

Dame Tú el don de la salud,
la fe, el ardor, la intrepidez,
séquito de la juventud;
Y la cosecha de verdad,
la reflexión, la sensatez,
séquito de la ancianidad.

Dicho yo si, al final del día
un odio menos llevo en mí,
si una luz más mis pasos guía
y si un error más yo extinguí.

Y si por la rudeza mía
nadie sus lágrimas vertió,
y si alguien tuvo la alegría
que mi ternura le ofreció.

Y que, por fin, mi siglo engreído,
en su grandeza material,
no me deslumbre hasta el olvido
de que soy barro y soy mortal.



La puedes encontrar completa la oración en
http://extractodelibros.blogspot.cl/2013/12/el-himno-cotidiano-gabriela-mistral.html

Vicente Corrotea