Perdida mi estancia de tardes tranquilas,
de campanas bruñidas para algún domingo
que anuncia boda o un largo viaje,
aguardo ahora nuevos otoños
nutridos de lejanos vientos
y de insectos que asedian amistosos
recorriendo mi caverna
de frescos glosarios
y de fermentos de certidumbres y misterio.
Se acerca al umbral de mi madriguera
esperando que sus dioses y los míos puedan, por fin,
hablar el mismo lenguaje.
Entonces quedan por el suelo esparcidos
mis viejos blasones, banderas desteñidas,
oxidadas armaduras
y el manual de uso militar
pegadas sus hojas de olvidados sudores.
En copas de líquido cárdeno
ella y yo brindamos
sin preocupaciones de vecindarios grises
o de rutinas permanentes
ni siquiera de estrellas que ya nadie pone nombres.
Sólo estableciendo en esta noche nueva
que somos dos
adueñándonos de un mismo verbo
y olvidando el tiempo de los secretos
habitados en el baúl de soledades.
Vicente Corrotea