Es bueno de vez en cuando recorrer el camino hacia nuestro interior, camino hacia el espíritu que hoy se desdeña. Ni siquiera podemos quedarnos solos en casa tres días para pensar, leer el libro que espera mucho tiempo, acostarnos temprano y madrugar para dar un paseo por el barrio y sentir que el aroma, distinto del convulsionado al mediodía. Nos pone nervioso el cambio.
Hemos aprendido a fascinarnos por el movimiento, y buscamos que nuestro cuerpo vaya de un lugar a otro muchas veces sin pensar demasiado o buscando asuntos novedosos que no nos alcanzan a complacernos, cumpliendo metas este año que el próximo serán otras. Es probable que aquello no esté mal pero urge conocer cómo está nuestra salud física, mental, espiritual y ética, saber a qué somos leales, si vale la pena la carrera que llevamos y, finalmente, preguntarnos con coraje ¿lo que realizo cada día, lo hago porque he creado mi propio camino que puede hacerme feliz o voy simplemente por la carretera de los demás? ¿Qué ha valido haber dejado ese amor? ¿O cuántas novedades, alegrías, cambios, afectos, riesgos, se han desgastados en el amor construido en tanto años? ¿O de verdad hemos cimentado juntos paz, buen humor, solidaridad, amores profundos, trabajo mancomunado, comprensión y una historia común e intensa como pareja y que de algún modo incluya a los demás?
Tal vez, sinceramente, no tenga las virtudes ni las capacidades que suelo desear para los otros u otras, digamos que estoy seguro de carecer de algunas de ellas. Entonces debería guardar discreto silencio. Sólo vale mi propio intento de trabajar por obtenerlas.
Vicente Corrotea
Hemos aprendido a fascinarnos por el movimiento, y buscamos que nuestro cuerpo vaya de un lugar a otro muchas veces sin pensar demasiado o buscando asuntos novedosos que no nos alcanzan a complacernos, cumpliendo metas este año que el próximo serán otras. Es probable que aquello no esté mal pero urge conocer cómo está nuestra salud física, mental, espiritual y ética, saber a qué somos leales, si vale la pena la carrera que llevamos y, finalmente, preguntarnos con coraje ¿lo que realizo cada día, lo hago porque he creado mi propio camino que puede hacerme feliz o voy simplemente por la carretera de los demás? ¿Qué ha valido haber dejado ese amor? ¿O cuántas novedades, alegrías, cambios, afectos, riesgos, se han desgastados en el amor construido en tanto años? ¿O de verdad hemos cimentado juntos paz, buen humor, solidaridad, amores profundos, trabajo mancomunado, comprensión y una historia común e intensa como pareja y que de algún modo incluya a los demás?
Tal vez, sinceramente, no tenga las virtudes ni las capacidades que suelo desear para los otros u otras, digamos que estoy seguro de carecer de algunas de ellas. Entonces debería guardar discreto silencio. Sólo vale mi propio intento de trabajar por obtenerlas.
Vicente Corrotea