sábado, 28 de octubre de 2017

TAL VEZ OLVIDE (1907)

Tal vez olvide los libros leídos y mis poemas, 
la página en blanco,
mi tiempo perdido y mi tiempo compartido.

Hasta olvide a mi perro,
el camino a mi casa, la ventana abierta,
los mil abrazos
y mis transgresiones redentoras.



Y sin alfabetos
olvide los sueños no confesados,
mis dudas y mis certezas,
la porción del sol que en mí queda
haciendo las preces por la tarde.

Tal vez algún día no recuerde nada,
sólo tu amor profundo y breve.

Vicente Corrotea

domingo, 22 de octubre de 2017

RACO, NUESTRO PERRO

Hace 14 años que Raco, nuestro perro, es parte de mi familia. Desde que tuvo uso de razón, Raco prefirió vivir en el ante jardín, donde se pone una cama para que pueda pernoctar como lo merece. No puedo dejar de confesar que Raco y yo tenemos un destino parecido: Ambos estamos jubilados y ambos también seguimos trabajando. Es un fiel perro policial pero no lo ven así los demás pues opera encubierto, y lo amo así como es. Mi perro nunca sale a la calle salvo cuando llegamos en taxi trayendo la mercadería desde el supermercado. En esa ocasión, Raco da una vuelta de unos 4 a 5 minutos mientras entramos las cosas y se entra a esperar otra ida por las compras dentro de unos 10 días.



El conoce a sus congéneres del barrio. Cuando ladra una perrita que él no conoce ni de nombre le baja una tremenda melancolía y se pone a aullar como que si estuviese en una pradera o llanura o qué se yo, y salgo a consolarlo. Se ha puesto más regalón. Otro elemento que nos asemeja. Pero se porta irascible con las personas pobres. Le he enseñado educación cívica, ética e inclusión con mucha paciencia y le he mostrado que todos somos iguales. Bueno, Raco no es perfecto y yo tampoco (otro elemento de semejanza), pero un día o muchos días Raco estuvo a punto de llegar a serlo.



Raco saluda silenciosamente a mis vecinos y amigos. A todos. Sin embargo, hubo un residente de una villa cercana muy amable, que siempre que pasaba por mi calle nos saludaba cordialmente, se ofrecía para ayudar a otros pues se demostraba muy solidario. Pero mi perro -había que verlo- saltaba enfurecido sobre la reja ladrando contra Iván, cada vez que éste aparecía frente a nuestra casa y se iniciara una corta conversación. Siempre resultaba así: una muy corta conversación porque la palabra la tenía Raco. En esas ocasiones no sabía qué hacer. Pasaron varias semanas y tomé en cuenta que mi vecino Iván no pasaba por nuestra puerta, cuando un día entré a la panadería por pan y pasteles siento que alguien me dice muy discretamente: "Sabe de su amigo de la otra villa? Tuvo un juicio pues la daba malos tratos verbales a su señora, y la última vez fue físicamente. Todo terminó con la separación definitiva. ¿Se da cuenta usted? Todos lo creíamos un caballero responsable, amante de su familia y solidario con los demás. ¿Quién podría pensar que no era como todos los considerábamos?"



Al salir del local me quedé sentado un rato en un escaño de una pequeña plaza cercana. No pensaba en nada que no fuera la tragedia de una familia y la de un hombre con la misión de cuidarla y amarla, llegando, en cambio, a un fracaso y separación que afecta a todo el grupo familiar. Pero había otro factor que fui tomando en cuenta: ¿Ésto lo pudo saber el Raco? Mirados bien los acontecimientos es sólo un perro que se enfada ante una persona. Nada más. Sin embargo, me dí a pensar que quiso que yo supiera lo que pasaba e hiciera algo para evitarlo, y su desesperanza aumentaba sus ladridos que eran un aviso que no tomábamos en cuenta.


En la puerta del antejardín esperaba mi perro. Nos miramos y no sólo recibió un simple cariño sino que lo abracé llegando a la conclusión que no debía darle más vueltas a un asunto que debió haber sido sólo una eventualidad. ¿Cierto?  ¿O acaso mi perro tuvo la capacidad de oler la ruindad e hipocresía de un ser humano?.



Ingresé a casa taciturno, dispuesto a conversar con Lucía, mi mujer, y narrarle los recientes acontecimientos. "¿Y mis pasteles?" preguntó ella. Había llegado sólo con las marraquetas. Me devolví a buscarlos.



Vicente Corrotea

viernes, 13 de octubre de 2017

LA MONTAÑA

Creo que es fácil escribir un mensaje, un cuento, un discurso, un poema, un libro, si es que tienes la pasión, la experiencia y el talento para lograrlo; Lo difícil para conseguirlo acertadamente es quien te lea sienta tu abrazo, tu valor de decirle honestamente que ese que está leyendo eres tú lo más transparente posible y comprometido en las relaciones humanas tan imperfectas como maravillosas. Así lo creo yo.




Como todo arte o proyecto que nos propone la vida comenzamos dando un primer paso. Los que somos mayores podemos decir que no es fácil. Más aún, que no es sencillo escribir o escalar una montaña o alcanzar la felicidad. Humildemente puedo señalarte -lo digo especialmente para aquellos que quieren ser militantes blogueros o desean continuar con mayores ánimos- que vale bien el intento, vale bien desatarse del posible cansancio y rutina de cada día. Escribir es poder hacer un esfuerzo complementario para que te conozcas mejor y conozcas a los demás. Por ahí he escrito que vivir es el arte del encuentro.


Quisiera hacer un reconocimiento sincero a todas y todos los que escriben a través de Blogger, especialmente aquellos reconocidos por su talento especial, haciendo más alegre la vida de los demás. Asimismo, debo decirte que si no llegas hasta la cúspide y sólo hasta la mitad de la montaña, -como muchos llegamos sólo hasta allí-  no te preocupes pues también el paisaje se ve maravilloso.


Cuenta conmigo. Allí nos encontramos para abrazarnos.


Vicente Corrotea


sábado, 7 de octubre de 2017

OBITUARIO PERSONAL

Una bandada de aves migratorias robó mi tiempo
depositándolo en esta estación vespertina,
y sin darme cuenta de la edad que tengo
mis amigos han comenzado a marcharse
sucumbiendo a una flecha envenenada
o tras sus puertas cerradas
dejaron de contar sombras gastadas.
Hubo uno resistente como espada
luchó por lo más noble de los humanos
hasta caer de bruces sobre la arena
cubierta por la huella de sus pasos. 



Me otorgo recordar a los que se han ido
y que tuvieron algo en común en la fatiga de la jornada:
el itinerario compartido de proyectos
y la porción de divinidad que todos llevamos
al transformar las lágrimas en aguas reposadas
y la experiencia del abrazo
de cada encuentro.

Muero un poco con los que murieron
y vivo mejor con los que soñamos
con estas anunciadas ausencias a mi corazón aferradas.

Vicente Corrotea