martes, 29 de diciembre de 2020

LA INTERNET Y EL PERDON



La internet y su red comunicacional es mejor que nosotros pues cuando cometemos un error podemos borrar lo que hicimos mal.

Sin embargo, muchas veces no somos capaces de perdonar ni siquiera esbozando una sonrisa de disculpa si alguien se ha equivocado con nosotros, y si nosotros hemos fallado o nos hemos confundido es probable que nos cueste perdonarnos.


Este nuevo año, y los que vienen, ocúpate de verdad de renovarte perdonando a los demás y a ti mismo. Pero recuerda: El perdón es real o completo si vuelves a confiar en la otra persona.

Vicente Corrotea
Fotografías tomadas de Google
 

lunes, 21 de diciembre de 2020

ELLA YA NO ESTA

Han pasado algunas navidades desde ese día que se marchó.
Tuvo una larga vida llena de luz y preocupaciones
por las muchas personas que eran su familia.    
Yo fui alguien que no la visité a menudo y siento mis olvidos.
Ojalá me haya disculpado. Ella fue mi suegra Zunilda.
Hoy la recuerdo con este poema 
en estas fiestas que no son completas porque ella falta.


Cae mi pena
como lluvia en calle olvidada,
como perritos abandonados
y llegan los recuerdos
luminoso y grises  
para decir que un fuego se apagó   
después de un largo camino     
que recorrió más de un siglo
y gloriosa vaya a ser su estación de silencios
o de los trinos de aves hermosas
o de un coro de ángeles 
de esos que hablan algunos mayores.
¿Quién sabe a qué lugar se llega?

Es cierto que era una luz,
que se iba apagando
tal como se apagarán las luces 
de nuestras antorchas,
tal como duele
no saber mantenerla encendida 
como a un sol que duró un siglo
y nunca languideció.
 
Es cierto,  ya no está,
aunque camine entre nosotros
y su bendición nos acompañe,
ella ya no está.

Vicente Corrotea

martes, 15 de diciembre de 2020

SUEÑOS DE NAVIDAD

 En esta Navidad quiero hacer lo posible por soñarme bebé y embriagarme con la leche de mi madre y quedar rendido bajo dos planetas generosos que no les gusta escucharme.

Quiero sentirme niño para recordar las enseñanzas de mi madre que yo solía escuchar atento, que el mundo es el mejor lugar para vivir y crecer pero que algunas personas le hacen grandes daños por lo que, cuando fuera  grande, debía cuidarlo y protegerlo. Me decía que en nuestra plaza habían arrancados los antiguos árboles, los que se llevaron para siempre la sombra y el fresco de la tarde que unía a los niños y sus papás.

Descubrí siendo niño que en los papeles había una serie de signos. La silla alta que yo usaba para comer la usó mi madre para enseñarme a resolver el misterio en los papeles que, en realidad, eran diarios, revistas y libros. Aprendí que a uno especialmente le llamaba silabario. Fue increíble. Conocí que las claves desconocidas eran letras y números con los cuales, ella me decía, yo llegaría a comunicarme mejor conmigo y después con todos los que quisiera. Así fui aprendiendo a leer y escribir palabras como mamá, pan, perro, casa, calle, flores, agua, piedra, libros, sol, pero también dolor, ausencias, penas, consuelo. Me enseñó a escribir Dios con mayúscula.

Sólo me queda mi calidoscopio como testimonio de mi lejana infancia. Buscando un lugar nos confabulamos, él para recibir mi ternura y yo para ver conmovido un millón de breves firmamentos.

Pero mamá sufrió mucho y yo me daba cuenta, más aún, también me angustiaba con ella. No obstante, creo que eso no se debe mencionar en un tiempo de alegría navideña, como ahora, y más cuando a mis años ha quedado en el camino parte de mi fe y toda mi inocencia.

Vicente Corrotea

Fotografía tomada de Google

viernes, 11 de diciembre de 2020

MIS DIAS


Puedo confesar 
que no obstante cada día de mis años
ha tenido sus dificultades 
en la marcha de mi existencia,
ya sea luminosa o gris,
siempre he sido favorecido
por momentos felices.


Vicente Corrotea

viernes, 4 de diciembre de 2020

NO CIERRA MI PUERTA

 Ya no cierra bien la puerta de mi casa, por lo que entra el aroma de los asados, los chismes del barrio, la risa de los chiquillos, el ladrido de los perros, el suave roce de las hojas que danzan.

Ya no cierra mi puerta y casi no me molesta. Basta un simple golpe de aviso para que entre quien quiera. "Te esperaba", le digo a un vecino que no haya qué hacer con su vida de viudo. "La Anita era mi sol. Todo lo sabía y todo lo hacía bien. Ella y yo éramos compañeros".



Hasta he extraviado mis llaves pero, ¿sabes?, eso ya no es importante porque espero ver elevarse algunos sueños y que desciendan sobre el jardín de mi casa. O pueda localizar mi bálsamo para aliviar obstinadas heridas de antaño.

Sí, que pase quien quiera. Algunos pretenden traspasar la puerta de la única habitación donde sólo estoy yo cuando quiera. Tengo allí libros, fotos de amores y desamores, recuerdos, olvidos y perdones. Allí no hay calendarios que le den nombre al tiempo ni lo hagan pedazos.

Mantengo mi puerta abierta porque no sé estar solo cuando descubro que mi casa es grande o cuando la siento pequeña. Entonces dejo que mis perritas entren a mi cuarto y nos ponemos a descansar los tres mientras escucho a Gustav Mahler. Mientras tanto nadie toca a mi puerta y se quedan afuera para charlar y disculparse, para entretenerse y compartir sus vidas.

Hace unos días le pedí al ferretero que reparara mi puerta. Me confesó que los vecinos le habían solicitado que dejara la puerta como estaba. Más aún, me dijo que el vecino Ernesto también está intentando dejar su puerta entreabierta y que vendría a visitarme.

En mi barrio muchos vecinos riegan sus jardines y cierran sus puertas y le ponen llave. Los comprendo pero yo quiero vivir con mi puerta entornada.

Vicente Corrotea