viernes, 12 de febrero de 2016

LA PALABRA PERDIDA (Cuento)

Son tiempos difíciles, aunque creo que siempre la humanidad ha sobrevivido en cada época con muchas dificultades. Los edificios se destruyeron en las guerras que nunca terminaban. Subsistimos en grupos por acá y por allá, a veces buscando el sol que se mantiene cubierto por el polvo heredado por las industrias y después por los combates con diversas armas. Somos pocos comparados a los millones que en el siglo pasado se peleaban. Trabajamos en grupos por nuestro alimento. Está prohibido pelear. Las mujeres tienen igual valor y compromiso que nosotros. Mi grupo estaba llegando a una cantidad menor y la ley, que se lleva en la memoria de todos, nos permite desvincularnos unos de otros y escoger otro grupo, y fue esto último lo que hicimos. No ha sido tarea fácil encontrar un grupo que me agrade y que me acepte. Mi anteriores hermanos y yo éramos artesanos por lo que fabricábamos utensilios y herramientas para todos. También nos gustaba pintar cuerpos sobre algunas superficies. A muchos no les gustan esas pinturas y creo que por ello no me aceptan. Mi compañera se refugió rápidamente pues pronto fue aceptada por su natural hermosura. Normalmente vivimos en parejas y cuando uno de los dos decide marchase la ley lo permite. 

Descubro algo insólito en los grupos: cada uno de ellos tiene una palabra secreta. Por ello me preguntan "¿cuál es tu palabra, esa que alienta tu vida y tu trabajo?", tal vez para compararla con la de su grupo y ver si existe armonía. Tampoco habíamos tenido una palabra grupal de tal manera que mi inclusión ha sido difícil. Digo que probablemente tuve alguna pero ha quedado en el fondo inalcanzable de mi interior. No comprenden. Están convencido que debo necesariamente poseer una palabra. Descubro que, a pesar de la paz que mantenemos, se ve en los ojos la búsqueda de alguna imprudencia que sirva para provocar un cambio de relaciones que le servirían a unos pocos. Indagan por una palabra que puede ser una virtud o una vileza, o el nombre de una ciudad donde he sido un ciudadano en mis vidas pasadas que sea significativa, pero nada llega a mi mente. Un individuo solo no se valora en esta sociedad que lo rechaza. Al seguir caminando me doy cuenta de una cierta inquietud. Los grupos más organizado ya usan ropas de similares colores y se concentran de acuerdo a ciertos gestos y gritos, que pueden ser groseros, formales o inmutables. Una palabra o color pudiera llevar a la posibilidad de provocar una contienda.

Los hombres y mujeres me ven como un extranjero sin pasaporte verbal ni colores. Camino varios kilómetros para llegar a una plaza que es la única que mantiene árboles en esa región. Puedo divisar al gran líder y a otros jefes. Acá se estudian los grandes proyectos y se dirimen los problemas más graves. Un hombre entre el público me ha reconocido y me señala. "Ahí va el hombre sin palabra" y todos quieren verme. La proximidad de los jefes y la cierta 
aversión de algunos me hace buscar un lugar prominente y todos deducen que quiero hablar y hablo cuando llega el silencio.



"Mi grupo se fue disolviendo probablemente porque éramos trabajadores constantes y nuestros jóvenes prefirieron marcharse a otros grupos donde existe más celebraciones y menos exigencia. Con los maestros de vida sembramos la libertad en el corazón de los nuestros. He visitado en sus casas o tiendas a muchos de ustedes y me han exigido les diga mi palabra, esa que por aquella se puede dar la vida. Yo no tengo una palabra que valga dar mi vida, tengo muchas, son todas para acordar, para premiar, para escribirlas para que no se las robe el olvido. O para firmar el castigo a quien lo merezca. Me piden vivir con una palabra, solo una y es muy poco para un hombre. Un hombre o una mujer son limitados y también infinitos por lo que mis palabras son: fraternidad, árboles, música, belleza, cuerpo, madre, brisa, madrugada, golondrina, amor, poesía, resiliencia, niños, libertad, día y noche, vida y muerte' y muchas, muchas más".

Cuando aún se mantenía el silencio, un hombre de gris me gritó: "Ese hombre está loco," provocando gritos. Entonces el gran líder gritó, "Que todos los jefes de clanes y sus amanuenses se presenten mañana al ocaso para escuchar a este hombre."


Autor: Vicente Corrotea A.
Imagen tomada de Google.


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