Paseaba por el parque leyendo una revista cuando observé que ellas paseaban en sentido contrario. Yo caminaba lento. Después de un rato ya estaban muy cerca de mí. Una mujer de unos 65 años empuja una silla de ruedas llevando una mujer joven con notoria movilidad reducida. Hablamos del clima y de otras cosas. Al detenernos nos miramos frente a frente. Acostumbrada probablemente a las miradas lastimosas siento que se produce una empatía entre ambos. Aprovecho de interrogar.
-¿Es su hija? Pregunto con naturalidad.
-Sí, señor, es mi única hija. La tuve a los 43 años. Dicen que por eso...
-¿Y usted se siente culpable?.
-He pensado tanto en ello que no he logrado quitarme ese sentimiento de culpa. Es un dolor que debo soportar.
-¿Qué pasaría si un sanador, por ejemplo, le diese a su hija lo que tiene una mujer joven, como andar en sus propias piernas, pensar, hacer proyectos, viajar, amar?
-¡Oh, señor, no me haga soñar demasiado!...
-¿Y si ella fuera autovalente, anduviera por las calles, abrazara a los niños y a los árboles y se durmiera con mil preguntas, estaría dispuesta a mostrarle el mundo, no sólo el mundo que usted conoce sino todo el extenso mundo de los humanos?.
-Tendría que aprender. Creo que lo haría.
-No la veo tan segura. Mas aún: ¿Si ella desarrollara alas y emociones distintas a las que usted tiene, si conociera otros rostros, otras amistades y el amor mismo, amor fecundo, estaría feliz usted?.
-Nunca la pensé con alas. Todo con contrario. Ella es una carga para mí que debo cuidar o, si pienso mejor, diría que ella es una misión para mí. La he bañado desde que nació. Ella depende de mí.
-¿Usted no depende de ella?
(La madre llora. Me mira. Se da cuenta que puedo esperarla. Mira hacia arriba. Las nubes se han vuelto grises).
-Sé que no encontraremos algún sanador. Pero me doy cuenta que no debo preguntarle a Dios porqué mi hija no tiene alas como todas las demás. (Silencio) ¿Sabe? Comienzo a entender que no debo guardar ese sentimiento de culpa que me ha taladrado el corazón desde que nació mi hija. Más aún: Siento que mi hija puede tener alas cuando yo recupere las mías.
(Siento que hemos conversado demasiado en un encuentro que pareció fortuito. Le ayudo a cruzar la avenida).
-Gracias. Me siento mejor que otros días. Lo dejo pues se me pasa la hora del baño de mi hija.
-Ya nos veremos.
-Ojalá. Eso espero.
Vicente Corrotea
-¿Es su hija? Pregunto con naturalidad.
-Sí, señor, es mi única hija. La tuve a los 43 años. Dicen que por eso...
-¿Y usted se siente culpable?.
-He pensado tanto en ello que no he logrado quitarme ese sentimiento de culpa. Es un dolor que debo soportar.
-¿Qué pasaría si un sanador, por ejemplo, le diese a su hija lo que tiene una mujer joven, como andar en sus propias piernas, pensar, hacer proyectos, viajar, amar?
-¡Oh, señor, no me haga soñar demasiado!...
-¿Y si ella fuera autovalente, anduviera por las calles, abrazara a los niños y a los árboles y se durmiera con mil preguntas, estaría dispuesta a mostrarle el mundo, no sólo el mundo que usted conoce sino todo el extenso mundo de los humanos?.
-Tendría que aprender. Creo que lo haría.
-No la veo tan segura. Mas aún: ¿Si ella desarrollara alas y emociones distintas a las que usted tiene, si conociera otros rostros, otras amistades y el amor mismo, amor fecundo, estaría feliz usted?.
-Nunca la pensé con alas. Todo con contrario. Ella es una carga para mí que debo cuidar o, si pienso mejor, diría que ella es una misión para mí. La he bañado desde que nació. Ella depende de mí.
-¿Usted no depende de ella?
(La madre llora. Me mira. Se da cuenta que puedo esperarla. Mira hacia arriba. Las nubes se han vuelto grises).
-Sé que no encontraremos algún sanador. Pero me doy cuenta que no debo preguntarle a Dios porqué mi hija no tiene alas como todas las demás. (Silencio) ¿Sabe? Comienzo a entender que no debo guardar ese sentimiento de culpa que me ha taladrado el corazón desde que nació mi hija. Más aún: Siento que mi hija puede tener alas cuando yo recupere las mías.
(Siento que hemos conversado demasiado en un encuentro que pareció fortuito. Le ayudo a cruzar la avenida).
-Gracias. Me siento mejor que otros días. Lo dejo pues se me pasa la hora del baño de mi hija.
-Ya nos veremos.
-Ojalá. Eso espero.
Vicente Corrotea
Tremendo caso Vicente, muy bien expuesto y mucho más común de lo que creemos.
ResponderEliminarInternet y toda esta maravillosa técnica nos está obligando a crear nuestra propia trinchera, enterrados en un mundito. Así lo manifiestan algunos especialistas. Aprovecho esta tecnología pero suelo pasear y conversar con personas que sufren su soledad y, a veces, mezquindad.
EliminarGracias por pasar por mi casa.
Maravillosa tu actitud de hablar tan sinceramente con una desconocida, siempre he pensado en lo absurdo que es no hablarle a alguien que te sugiere algo por el simple hecho de no conocerle...me ha encantado tu entrada de hoy. Un afectuoso saludo Vicente.
ResponderEliminarAnte alguien que sufre preferimos guardar silencio pero lo normal es que necesita el apoyo con palabras y gestos directos, sin morbo, sencillamente y con mucho respeto.
EliminarAprecio tus palabras.
Que bello. Apenas, hace un par de días que sentí tanta tristeza, regocijándome en auto compasión y recién he despertado del letargo para apreciar mi propia vida. Si todos hiciéramos lo que tú, hablar con sinceridad con extraños, la gente no muerde, cambiarle el día a alguien hace la diferencia. Saludos!
ResponderEliminarHola, Jous: Me alegra leer tu comentario -que agradezco- y tu entrada llena de optimismo. Eres joven y creo que serlo es una mayor responsabilidad de quitar este gris en la cara del mundo.
EliminarSigamos leyéndonos.
A veces unas palabras pueden obrar el milagro y alegrar el día a aquellos que los suelen tener tristes.Deberíamos hablar más con la gente y escuchar más a la gente.Estoy convencido de el mundo sería mucho mejor.
ResponderEliminarSaludos Vicente
Superé recién mi timidez cuando fui joven y llegaba acá a Santiago. Me dí cuenta lo importante que era una palabra recibida o un gesto. Fue algo muy valioso. Y eso trato de dar ahora, con modestia y con lo poco que he aprendido de la vida.
EliminarGracias por tu comentario
Muchos pensares cruzan mi mente...trabajo a diario con padres que tienen niños con Neceidades especiales, ellos tienen un largooo camino que hacer a la aceptación de ese ser y todo lo que ello conyeba...es duro si, pues son duelos que por mucho que sigan lineamientos de todo tipo no calma ese dolor y esa culpa...
ResponderEliminarConversar con ellos es un trabajo permanente,también complejo, éro demuestra que si se puede dar una palabra de aliento y quizás en ello como esta mujer
encuentre al fin una luz para avanzar a otro nivel.
Igau le lleva aun asituación vivida tiempo atrás ,donde hube de consolar y conversar con una joven madre ne un moll, que lloraba desesperadamente porque su pareja la había bandonado ...
Momentos d ela vida , en que te encuentras y puedes tender una mano ..
gracias.
Las palabras o el uso honesto, justo de ellas nos puede llevar a realizar una acción que dé ánimo, discernimiento o, cuando menos, consuelo a una vida que puede sentir que se deshace ante un destino fijado de antemano. De existir los ángeles creo que somos nosotros mismos en el lugar que nos corresponde.
Eliminar