A nadie llamaba la atención cuando paseaba por el invierno con su ropa gris y una cojera empedernida. Iba en dirección contraria y noté algo muy singular sencillamente porque no lo esperaba encontrar en él: portaba un cuaderno cuyas gruesas tapas permiten escribir más cómodo y capturar mejor las imágenes sobre el papel. Lo llevaba en su mano izquierda, cerca del corazón, como algo muy valioso. Seguro, entonces, que tendría un lápiz para correrlo por el papel fijando los recuerdos probablemente los de una mujer. Se sentó en un escaño de la plaza algo separado de los niños buscando menos bulla. Me pareció que al preparar su cuaderno y su lápiz esbozaba una sonrisa, una especie de epifanía que sentimos los que logramos comenzar a escribir eso que viene de nuestro esfuerzo constante y de un pedazo de don, tan noble que a veces lo pienso hermoso como hacer una cuna.
Cuando pasé por su lado decidí sentarme en su mismo escaño al otro lado de donde se había ubicado. Sentía algo de recato al hacerlo. Se sobresaltó probablemente por estar acostumbrado a que la gente lo rehuyera. Su mirada circulaba entre su cuaderno y yo. Por mi parte siempre salgo con mi libreta que encaja bien en mi bolsillo. Al proponerme escribir algunas líneas, el hombre recibió un rayo de energía y se volvió decidido a mí.
_"¿Usted escribe, señor?".
Fue un dardo directo y de buena puntería.
_"Sí, casi siempre".
_"Mire, yo tengo mis libros y cuadernos sin embargo encontré éste que perteneció a un estudiante de química. Casi lloré cuando lo recogí pues soy o fui profesor de química, y por lo que sé un buen maestro. Se preguntará cómo ando desarreglado y de un lugar a otro... ¡Oh, perdone el abuso de confianza! ¿Puedo contárselo? Bien. Gracias. Eramos mi mujer, mi hija y yo una familia realmente feliz. Un día viajábamos por la costa cuando un coche más grande aparece por la bajada, se cruza con nuestro auto y nos tira por un roquerío abajo. Cuando volví en mí me informaron que mi esposa y mi hija se encontraban mejor. Fue un alivio infinito. Tenía una grave quebradura en un pierna y varias costillas rotas. No soportaba no ver a mis tesoros. Un día mi hermano me confesó que mi esposa y mi hija habían muerto en el mismo lugar del accidente. Tal vez no lo entienda pero desde ese día me siento un cobarde por no haber sido capaz de suicidarme. Estuve un tiempo en una clínica viviendo de calmantes que no servían de nada y me he encontrado mejor andando por calles y plazas sin ánimo de mejorar mi apariencia. No he sabido llevar una vida normal. De vez en cuando voy a ver a la sobrina favorita que era de mi esposa. Llego tarde a su casa, me alimento un poco, me cambio ropa, le reparo alguna cosa que necesite y vuelvo a la calle... He invadido su espacio, señor, y me siento avergonzado. Esta conversación no la he tenido en años. Usted sabe que la gente no quiere saber de fracasos ni de fracasados. Gracias.¿Sabe? Me gustaría conocer su opinión, por favor."
Me pareció que su rostro volvía a ser de carne y que su mirada ya no era de ausencias. En realidad, no quería decir algo que una persona inteligente como él esperaría escuchar.
_"Creo que anda por las calles con sus ropas deterioradas, dando cada paso que pisa sobre una culpa que no tiene. Su sufrimiento ha sido indudablemente grandioso y nadie tiene solución para él salvo usted mismo. Vaya a vivir con su sobrina; creo que ella también lo necesita. Y lo que debe volver hacer son sus clases de química".
"Ya lo sé, iré a casa de mi sobrina. He querido molestarla lo menos posible porque en realidad ella también ha quedado viviendo sola.
Tal vez se convierta en mi hija, pero lo cierto es que se acabará mi invierno cuando empiece con mis clases".
Vicente Corrotea
Fotografía tomada de Google
Cuando pasé por su lado decidí sentarme en su mismo escaño al otro lado de donde se había ubicado. Sentía algo de recato al hacerlo. Se sobresaltó probablemente por estar acostumbrado a que la gente lo rehuyera. Su mirada circulaba entre su cuaderno y yo. Por mi parte siempre salgo con mi libreta que encaja bien en mi bolsillo. Al proponerme escribir algunas líneas, el hombre recibió un rayo de energía y se volvió decidido a mí.
_"¿Usted escribe, señor?".
Fue un dardo directo y de buena puntería.
_"Sí, casi siempre".
_"Mire, yo tengo mis libros y cuadernos sin embargo encontré éste que perteneció a un estudiante de química. Casi lloré cuando lo recogí pues soy o fui profesor de química, y por lo que sé un buen maestro. Se preguntará cómo ando desarreglado y de un lugar a otro... ¡Oh, perdone el abuso de confianza! ¿Puedo contárselo? Bien. Gracias. Eramos mi mujer, mi hija y yo una familia realmente feliz. Un día viajábamos por la costa cuando un coche más grande aparece por la bajada, se cruza con nuestro auto y nos tira por un roquerío abajo. Cuando volví en mí me informaron que mi esposa y mi hija se encontraban mejor. Fue un alivio infinito. Tenía una grave quebradura en un pierna y varias costillas rotas. No soportaba no ver a mis tesoros. Un día mi hermano me confesó que mi esposa y mi hija habían muerto en el mismo lugar del accidente. Tal vez no lo entienda pero desde ese día me siento un cobarde por no haber sido capaz de suicidarme. Estuve un tiempo en una clínica viviendo de calmantes que no servían de nada y me he encontrado mejor andando por calles y plazas sin ánimo de mejorar mi apariencia. No he sabido llevar una vida normal. De vez en cuando voy a ver a la sobrina favorita que era de mi esposa. Llego tarde a su casa, me alimento un poco, me cambio ropa, le reparo alguna cosa que necesite y vuelvo a la calle... He invadido su espacio, señor, y me siento avergonzado. Esta conversación no la he tenido en años. Usted sabe que la gente no quiere saber de fracasos ni de fracasados. Gracias.¿Sabe? Me gustaría conocer su opinión, por favor."
Me pareció que su rostro volvía a ser de carne y que su mirada ya no era de ausencias. En realidad, no quería decir algo que una persona inteligente como él esperaría escuchar.
_"Creo que anda por las calles con sus ropas deterioradas, dando cada paso que pisa sobre una culpa que no tiene. Su sufrimiento ha sido indudablemente grandioso y nadie tiene solución para él salvo usted mismo. Vaya a vivir con su sobrina; creo que ella también lo necesita. Y lo que debe volver hacer son sus clases de química".
"Ya lo sé, iré a casa de mi sobrina. He querido molestarla lo menos posible porque en realidad ella también ha quedado viviendo sola.
Tal vez se convierta en mi hija, pero lo cierto es que se acabará mi invierno cuando empiece con mis clases".
Vicente Corrotea
Fotografía tomada de Google