Ella pasa con donaire,
ignorando promesas que no se cumplen,
lisonjas que atraviesan el hormigón
o a la suerte que otros esperan.
Los operarios entre el cielo y el cemento
descubren una luz en el pedazo de planeta
que nunca va a ser suyo.
Los hombres la miran y piensan
en novias, esposas y aventuras.
Para el jefe que permite admirar a esa diosa
pasearse por calles abajo
-que ha descendido a estos infiernos-
le recuerda el nombre de Perséfone,
la misma del panteón griego.
Su cuerpo es de diosa viva,
de carne viva, deseada y perfumada,
mejor que una estatua de mármol.
Sus pasos, con ligero vaivén,
no tienen prisa ni pudores como quien acierta
un golpe a una sociedad torcida y egoísta.
Ella desaparece de las calles y
el concreto vuelve a subir a las alturas
más apresurado que para una Babel,
la armadura de los fierros es compuesta
con más rigidez que nunca
y los andamiajes tiemblan de actividad.
"¿Quién sabe cómo se llama?"
grita una voz desde el vientre del nuevo edificio
como si fuera un ave migratoria
atrapada en un invierno.
Los hombres terminan rendidos su jornada
pero más dispuestos para mañana.
Ahora sólo esperan llegar a sus casas
para un sueño de dioses.
Vicente Corrotea
ignorando promesas que no se cumplen,
lisonjas que atraviesan el hormigón
o a la suerte que otros esperan.
Los operarios entre el cielo y el cemento
descubren una luz en el pedazo de planeta
que nunca va a ser suyo.
Los hombres la miran y piensan
en novias, esposas y aventuras.
Para el jefe que permite admirar a esa diosa
pasearse por calles abajo
-que ha descendido a estos infiernos-
le recuerda el nombre de Perséfone,
la misma del panteón griego.
Su cuerpo es de diosa viva,
de carne viva, deseada y perfumada,
mejor que una estatua de mármol.
Sus pasos, con ligero vaivén,
no tienen prisa ni pudores como quien acierta
un golpe a una sociedad torcida y egoísta.
Ella desaparece de las calles y
el concreto vuelve a subir a las alturas
más apresurado que para una Babel,
la armadura de los fierros es compuesta
con más rigidez que nunca
y los andamiajes tiemblan de actividad.
"¿Quién sabe cómo se llama?"
grita una voz desde el vientre del nuevo edificio
como si fuera un ave migratoria
atrapada en un invierno.
Los hombres terminan rendidos su jornada
pero más dispuestos para mañana.
Ahora sólo esperan llegar a sus casas
para un sueño de dioses.
Vicente Corrotea