En una plazoleta bien cuidada y con una puerta que invita a encontrar un poco de tranquilidad -aunque cerca de la pasada de buses pragmáticos e indiferentes- lo encontré tirado en medio de una pequeña espesura de diversas plantas. No lo habría visto si no hubiera estado practicando en esas máquinas para ejercicios físicos. Estaba enjuto por falta de agua, dispuesto tal vez para morir, como muchos, en soledad y anonimato. Era un modesto geranio. Adelanté mi regreso llevándolo a mi casa e instalándolo en una maceta con buena tierra. Animo, aquí estarás bien cuidado, le dije. Lo ubiqué bajo un granado en flor pero casi había sucumbido a la esperanza que renaciera después de que pasaron algunos días. No era mi tozudez sino mi ánimo de que pudiera vivir saliendo de su catalepsia. De pronto, una mañana como en cualquiera historia conocida, como si fuera lo más esperado de la naturaleza, el regalo que esperábamos mi mujer y yo, se fue vistiendo de pequeños brotes.
Y ahí está, demostrando que podemos rendirnos y hasta quedar en el suelo esperando quedarnos en él, sintiendo que no le importamos a nadie ¡y ha sobrevivido!. Es la magia del cuidado y del cariño de alguien y -lo más importante- del esfuerzo propio, de querernos a nosotros con las ganas de devolvernos la belleza en cada día de nuestra existencia, y la de los que nos acompañan.
Hace poco nos visitó Sonia, mi querida hermana, desde su ciudad que fue un paraíso de flores. "Qué hermoso tu geranio. No conocía su color tan especial. Pondré más atención cuando vea otros".
Vicente Corrotea
La foto no es nuestro geranio; Ya les mostraré el legítimo.
La foto no es nuestro geranio; Ya les mostraré el legítimo.