Cuando se viaja todos los días en el Metro se conocen algunas personas a las cuales saludo con una venia o con un apretón de manos. Algunos son conversadores. Uno de estos últimos venía nervioso una noche.
_Me gustaría hablar con usted .
Realmente las veces que habíamos conversado demostraba una especial confianza. Volvía a mi casa con una pesada carga de sueño, sin embargo lo veía mirándome de soslayo. No se atrevía a insistir. De repente dice:
_Mi señora me manda.
El tema no era para ser tratado allí en el Metro. Pensé que era una chifladura que pronto subestimaría pero ví en sus ojos su pregunta que volví a escucharla con sencillez y dignidad.
_¿Qué le manda a hacer?
Me habló que le hacía barrer el patio de su casa y a poner la ropa mojada en los tendederos. Como no vivían separados le hice notar que el patio y la ropa era de los dos por lo que la limpieza era responsabilidad de ambos. Me respondió diciendo que él podría dar vuelta el colchón que ocupaban pero eso de cambiar las sábanas era cosa de mujeres.
_¿Está seguro de lo que dice?
(Con una seña que él entendió nos bajamos del Metro para seguir conversando en la estación.)
_Bueno, no estoy seguro, seguro, pero nunca lo he hecho en mi vida y las cosas tienen que seguir como han estado. Además, me sentiría mal pues mis amigos no lo hacen. Ellos nunca barren pero sacan la basura, riegan el jardín y pasean con su perro.
La conversación la interrumpió un vendedor de hand rolls y nos servimos un rato. La plática se relajó comiendo nuestro sandwich. Se creó un mayor grado de amistad y nos dijimos nuestro nombre.
_¿Le ha disgustado que abordara este tema con usted?.
Le dije que no se preocupara y vino mi andanada: Le pregunté que cuánto hacía que sus hijos se habían marchado de casa. Eran dos mujeres que con su madre hacían un trío que mantenían brillante su casa hasta que en un poco tiempo dos varones eligieron a cada una de sus hijas de 25 años la mayor y 23 la menor. En un plazo de un par de años de proyectos, compras y elecciones de casa Omar y su mujer habían quedados solos.
Esperé que Omar dejara de tener apretada su pena y en un suspiro pareció que salía por sus poros. Le fui demostrando que él y yo teníamos asuntos comunes, una historia que nos definía como gente esforzada y criteriosa. Que casarnos había sido un tremendo cambio en nuestras vidas cuando, poco a poco, fuimos adquiriendo las cosas que disfrutábamos. Que el embarazo de nuestras señoras y el nacimiento de los hijos deseáramos que fuera perfecto. Que había que lavar una gran cantidad de pañales de género (tuve dos bebés seguidos) pues no se inventaban los actuales. Omar, riéndose, recordaba que tuvo a una cuñada que ayudaba a su mujer.
Todos estos detalles expuestos fueron para enseñarle a mi nuevo amigo que ahora volvían a estar juntos y solos como antes y que debía asumir que éste era otro cambio.
Han quedado solos , le dije, y su señora está llevando la parte más difícil, y se da cuenta que usted no ha entendido nada y eso le duele mucho, y no se lo dice porque espera que usted tome la iniciativa.
Mirando el suelo dice lamentando: Me costará cambiar la visión de las cosas... A veces me siento solo y no sé dónde estar más cómodo en casa. En mi empresa me siento más importante y casi necesario.
_¿Le hago un pregunta con franqueza pero con harta franqueza?
_Por Dios, pregunte no más.
_¿Usted ama de verdad a su esposa?
_Claro que la amo. Es algo que lo que estoy muy seguro.
_Se trata que usted ha seguido trabajando y eso está bien y se siente bien, pero su mujer está sola y, además, su vida ha cambiado mucho con un trabajo que se ha multiplicado. Ella tenía dos hijas que preocupaban de ella, del aseo, a lo mejor de pintar la casa, de comprarle ropa y zapatos, de su maquillaje. Ahora eso es asunto suyo que se aprende y se realiza cuando hay amor. Tengo que decirle que su señora merece más atenciones, más afectos, salir al cine, ir a comer. Debe aprender a guardar ahorros para alguna emergencia o futuras adquisiciones pero siempre deben estar disponibles para los pequeños y grandes momentos felices con su señora. En cuanto a su casa hay muchas cosas que hacer en ella. Vaya anotando de a poco lo que haya que hacer, y en un calendario anote sus turnos y trabajos extras pues así ella sabrá algo que usted nunca le dijo. Demuestre que las labores de ella son muy importante: Métase en la cocina y ofrezca ayuda, limpie el piso, barra el patio y el antejardín. Acompáñela a la feria donde se aprende mucho incorporando nuevos sabores y olores. La clave es hacer todo muy contento. Y de vez en cuando llévele un ramo de flores. No, de la feria no. Llévele flores que usted escogió para ella y en esa ocasión no lleve nada más que sus flores. ¿Nunca le ha regalado flores?. Tiene entonces mucha vida para pasarlo bien con su señora.
Corrimos al darnos cuenta que era el último tren el que venía. Omar se sentó como hundido. Eran muchas las reconvenciones recibidas.
Me paré porque bajaba primero ofreciéndole mi mano como despedida.
_Siento que usted me ha ayudado a abrir la puerta de mi propia casa. Gracias.
Nos dimos un buen abrazo.
Vicente Corrotea