La gente dice que le falta tiempo para "hacer todo lo que necesita"
Pero el tiempo es algo que todos tenemos y que a veces desperdiciamos.
Vicente Corrotea
Cuando te conviertes en mayor te das cuenta manifiestamente del valor de la palabra y de la comunicación con los demás, especialmente a través de este fascinante medio que es el blog.
La gente dice que le falta tiempo para "hacer todo lo que necesita"
Pero el tiempo es algo que todos tenemos y que a veces desperdiciamos.
Vicente Corrotea
Confieso sentir una grata pertenencia: Mis ojos, y lo digo modestamente. Como muchas o todas las personas realizo actividades ayudado por este órgano maravilloso de la visión.
Sé que el tiempo le va restando tonos a la vida, como a una fotografía, hasta llegar algo así como al sepia. A veces ya no se quiere mirar. "Yo duermo en el Metro porque no miro afuera ni miro a la gente que entra y sale. Me aburren", me dijo un pasajero. También he dormido en el Metro, especialmente cuando ha faltado alguien y he trabajado dos turnos seguidos.
Lo que simplemente quiero decir es que mi mirada o mi yo interior, sigue intacto no sólo para apreciar el sol o el atardecer, las casas del vecindario y las personas que saludo, los árboles y los jardines, las estaciones, mi propia casa, mis perritas. Como también cosas más pequeñas como estos papeles, antes cuadernos, que no logro ordenar, o mi ropa que lavo y que al final logro acomodar con dedicación cada pieza en su lugar. Todo eso me gusta como una vivencia grata y responsable, como estar donde uno debe estar, ayudado de los ojos, esos que mi madre me enseñó a tratarlos como uno de los mejores regalos de Dios. Mi mamá Mercedes, a quien le mando un beso desde este planeta cargado de virus. Fue ella quien me inspiró el afán de trabajar por un mundo de equidad y belleza.
En tu día, mamá.
Vicente Corrotea
Para los más jóvenes de tu familia
Hola: Ojalá puedas elegir 45 minutos manteniendo tu teléfono móvil (celular) apagado no cerca de ti. Sólo 45 minutos al día. En ese tiempo procura estar relajado, cómodo, respirando profundamente para comenzar a leer el libro que te gusta o el que tienes a mano.
Al cabo de unos días sentirás que has comenzado a enriquecer tu lenguaje y tus ideas, desarrollando mayor asertividad para comunicarte con los demás. Consulta con tu maestro y probablemente te dirá que es cierto.
Y si sigues leyendo diariamente comprobarás que eres más feliz que antes, con una entretención grata y fascinante que te hará crecer más aún.
Te lo prometo.
Vicente Corrotea
Un pequeño poema dedicado a la mujer que amo
y a las que me unen lazos de afectos
y admiración de mi parte desde este blog.
Mi provisión de leña es suficiente
llegada la tarde, amor,
mientras conservo en mi ánfora
el vino para la fiesta.
Te diré que te prefiero como eres:
sencilla y obstinada como geranio,
orgullosa como el sur verde y florido,
sedienta de vida profunda,
tallada por vientos necesarios,
desenterrando esperanzas
en la oscuridad de la tierra gastada
y plantando brotes de futuro.
Te prefiero distante para desearte
y cercana como la noche.
Te quiero porque me aceptas
con este fervor que aún me queda,
con estas cicatrices que se mantienen,
huellas de intemperancias y fracasos
de sombras y soledades.
Te prefiero, en fin, porque no pides más
de lo que mi alforja contiene.
Vicente Corrotea
Hace unas semanas me sentí atacado por una avión aunque no sabía si tenía intención de dañarme o no. Pasó rosando una oreja. Bueno, sí, estoy exagerando. La verdad es que estábamos en la etapa uno de nuestro encierro por la pandemia que respetamos rigurosamente y, de acuerdo con mi señora, salí de compras. La tarde estaba tranquila y de pocos peatones. Sentí por mis piernas lo mismo que cuando niño, una especie de cosquilleo que me impulsaba a realizar algo en la calle, en este caso recoger el avión de papel. Fue entonces que recordé la enseñanza de mi madre a no recoger ningún papel tirado en el suelo, pero también tuve un grato recuerdo de haber sido feliz jugando a los aviones de papel que volaban cada vez más lejos a un escurridizo aeropuerto. Me detuve un rato para mirar hacia los edificios y hacia el cielo del atardecer, pero no se avizoraba ningún hangar de donde hubiese partido el avión, y lo recogí del suelo. En su vientre marcado por la geometría del pliegue del papel se podía ver una letra S que podría ser un mensaje y lo era. Decía "Soy Mario. Llámame al +56 9... Lo primero que pensé en que era una broma. Mientras regresaba iba tratando, sin embargo, de saber cómo sería Mario. Lo primero que se ocurrió es que era un solitario en busca de compañía y tal vez de compasión, tendría una buena licorera y preparaba buenos emparedados. También podría ser una persona no confiable hasta peligrosa. Al final apuré el paso para conversar con mi mujer sobre el asunto.
"Parece que te encontraste con un amigo" me dijo al llegar. "No todavía" fue mi respuesta. Le conté mi pequeña historia. "Tú eres de buen trato y sabrás reconocer de quien se trata escuchándolo", lo que encontré razonable y lo llamé. "Mario, encontré tu número telefónico en un papel volador" Nos saludamos y expusimos algo de nuestras identidades. Aclaró que estaba algo avergonzado por la ocurrencia pero que el encierro lo había motivado. Nos dijimos a qué nos dedicábamos, nos dimos nuestras direcciones y fijamos una fecha para visitarnos.
Llegué a su departamento con un libro de regalo. Era un lugar acogedor, muy cómodo y lucía tener todo lo necesario y no más. Ellos eran Mario y esposa y dos hijos jóvenes, ella y él. Fue una cena muy agradable y compartida. Evitamos algunos temas en la conversación pero de nuestras razones expuestas asomaba la ubicación de nuestras ideas. Se rio aseverando de que nunca había tenido la idea de lanzar un avión de papel al aire y menos con una invitación. Al cabo de una hora ya nos sentíamos amigos de confianza y decoro. Nos paramos para mi retiro afirmando que había entrado aire fresco a su casa por lo que se sentía muy contento.
Nos escuchamos seguido por teléfono. Para dentro de dos semanas quedó propuesto el segundo encuentro en nuestra casa.
Vicente Corrotea
En esta Navidad quiero hacer lo posible por soñarme bebé y embriagarme con la leche de mi madre y quedar rendido bajo dos planetas generosos que no les gusta escucharme.
Quiero sentirme niño para recordar las enseñanzas de mi madre que yo solía escuchar atento, que el mundo es el mejor lugar para vivir y crecer pero que algunas personas le hacen grandes daños por lo que, cuando fuera grande, debía cuidarlo y protegerlo. Me decía que en nuestra plaza habían arrancados los antiguos árboles, los que se llevaron para siempre la sombra y el fresco de la tarde que unía a los niños y sus papás.
Descubrí siendo niño que en los papeles había una serie de signos. La silla alta que yo usaba para comer la usó mi madre para enseñarme a resolver el misterio en los papeles que, en realidad, eran diarios, revistas y libros. Aprendí que a uno especialmente le llamaba silabario. Fue increíble. Conocí que las claves desconocidas eran letras y números con los cuales, ella me decía, yo llegaría a comunicarme mejor conmigo y después con todos los que quisiera. Así fui aprendiendo a leer y escribir palabras como mamá, pan, perro, casa, calle, flores, agua, piedra, libros, sol, pero también dolor, ausencias, penas, consuelo. Me enseñó a escribir Dios con mayúscula.
Sólo me queda mi calidoscopio como testimonio de mi lejana infancia. Buscando un lugar nos confabulamos, él para recibir mi ternura y yo para ver conmovido un millón de breves firmamentos.
Pero mamá sufrió mucho y yo me daba cuenta, más aún, también me angustiaba con ella. No obstante, creo que eso no se debe mencionar en un tiempo de alegría navideña, como ahora, y más cuando a mis años ha quedado en el camino parte de mi fe y toda mi inocencia.
Vicente Corrotea
Fotografía tomada de Google
Ya no cierra bien la puerta de mi casa, por lo que entra el aroma de los asados, los chismes del barrio, la risa de los chiquillos, el ladrido de los perros, el suave roce de las hojas que danzan.
Ya no cierra mi puerta y casi no me molesta. Basta un simple golpe de aviso para que entre quien quiera. "Te esperaba", le digo a un vecino que no haya qué hacer con su vida de viudo. "La Anita era mi sol. Todo lo sabía y todo lo hacía bien. Ella y yo éramos compañeros".
Hasta he extraviado mis llaves pero, ¿sabes?, eso ya no es importante porque espero ver elevarse algunos sueños y que desciendan sobre el jardín de mi casa. O pueda localizar mi bálsamo para aliviar obstinadas heridas de antaño.
Sí, que pase quien quiera. Algunos pretenden traspasar la puerta de la única habitación donde sólo estoy yo cuando quiera. Tengo allí libros, fotos de amores y desamores, recuerdos, olvidos y perdones. Allí no hay calendarios que le den nombre al tiempo ni lo hagan pedazos.
Mantengo mi puerta abierta porque no sé estar solo cuando descubro que mi casa es grande o cuando la siento pequeña. Entonces dejo que mis perritas entren a mi cuarto y nos ponemos a descansar los tres mientras escucho a Gustav Mahler. Mientras tanto nadie toca a mi puerta y se quedan afuera para charlar y disculparse, para entretenerse y compartir sus vidas.
Hace unos días le pedí al ferretero que reparara mi puerta. Me confesó que los vecinos le habían solicitado que dejara la puerta como estaba. Más aún, me dijo que el vecino Ernesto también está intentando dejar su puerta entreabierta y que vendría a visitarme.
En mi barrio muchos vecinos riegan sus jardines y cierran sus puertas y le ponen llave. Los comprendo pero yo quiero vivir con mi puerta entornada.
Vicente Corrotea