Un día se presentó la policía en la oficina portando una demanda en contra del juez pues la mujer que realiza las labores domésticas en su casa, desde las 09:30 en punto hasta las 17:00 horas, ha descubierto que su patrón, entusiasta obstinado del juego llamado sudoku, ha hecho trampas, pues, al no poder completar algunos juegos, tal vez más difíciles que otros, había escudriñado en las páginas finales los resultados de las soluciones 36, 39, 41 y 76, lo que se consideró un abuso y quizás un acto de corrupción. Lo había sabido pues la revista de sudoku, que ignoraba ella dónde la guardaba, la encontró bajo la mesita de arrimo, o sea pudo hacer trampas también en otras ocasiones, pues se observaban otros signos en otras páginas.
El Juez Mayor pensó que la mujer exageraba la situación pero que, sin embargo, la corrupción podía entrar cuando las puertas quedaban abiertas. O cuando los padres y los mismos jueces no ejercían toda su autoridad para imponer la justicia incluso sobre las leyes, tantas veces confeccionadas con premura entre tazas de café y galletas. Pero tenía la seguridad que terminando este siglo 20 podría pasar en pueblos pequeños como el suyo, como decía el libro que estaba leyendo.
El Juez Mayor estuvo meditando el castigo que debía darle al juez, el más leal a su profesión en toda su provincia, el cual, después del fallecimiento de su esposa, nunca había salido por alguna noche a pasar un rato con sus amigos. Entonces se le ocurrió castigar a su juez subalterno a una pena de tres meses de reclusión nocturna domiciliaria que empezó a cumplir de inmediato. Mientras el juez denunciado cumplía con el castigo éste, por su parte, perdonó a la mujer que le atendía y le permitió que siguiera trabajando en su casa, pues llegó a considerar que al acusarlo sólo había cumplido con su deber. La sirvienta aunque pensando que hacía lo correcto sabía que con ello perdería su trabajo que hacía con esmero. Al saber que seguiría trabajando se ofreció para atenderlo desde el desayuno cada día para lo cual llegaba más temprano. Tuvo entonces que aprender los detalles de una rutina selecta para cada día de la semana. Para el lunes era cierto tipo de café fuerte pues ese día le costaba un poco más levantarse. Lo acompañaba con una porción de maníes seleccionados, un plátano cubierto de miel y, después de diez y quince minutos, terminaba con una infusión de hierbas que lo relajaba. Todo aquello iba junto de unas seis galletas con semillas que se conseguía en la capital. Y así cada día de la semana tenía su propio menú con sus proporciones estables. El Juez Mayor tuvo conocimiento del compromiso que la mujer había tomado con su jefe por no haberla despedido, y se alegró de no darle alguna lección pues le bastaba con dicha adhesión.
Había pasado el tiempo en que la colaboradora llegaba a las 09:30 de la mañana cuando el juez se marchaba justo a la misma hora. Ambos se saludaban en la puerta. Lucrecia sabía que si tenía alguna novedad su patrón ya le había dejado un mensaje sobre un platito galletero, el último de un juego que él apreciaba. Pero las rutinas habían cambiado. Ahora ambos conversaban en un tiempo precioso para ambos. Al principio fueron los detalles de los desayunos y, poco a poco, aparecieron pormenores de la vida de cada uno y alguna sonrisa. El juez se llevaba alguna pequeña confesión de Lucrecia y descubría que se iba sintiendo mejor abrir su corazón cerrado ya tanto tiempo. Se preguntaba porqué había dejado continuar a su servicio a Lucrecia si lo había acusado a la autoridad y él mismo se respondía: Porque ella es una persona íntegra. Incluso la fue descubriendo como educada, fina y criteriosa. En uno de esos días hablaron de música selecta -aunque pudo pensar que no sería un tema para su colaboradora- y él le dijo que le gustaba mucho las composiciones de Gustav Mahler, especialmente el 2° Concierto. Ella le respondió que prefería a Edvard Grieg, siendo su favorito. Entonces él se propuso escuchar con más atención a Grieg para descubrir qué habría en el corazón de Lucrecia.
Un día, al restaurante el juez no llegó a la hora como lo hacía toda su vida de viudo. Enviaron al mozo mejor preparado a la oficina donde pudiera haberle pasado algún percance. Se había marchado a la hora de costumbre, le dijeron. El dueño del restorán era uno de sus amigos y se encaminó hacia la casa del juez, pues estaría enfermo y no tendría quien lo atendiera. Advirtió, al acercarse, que el alto volumen de la música en el barrio molestaría a su amigo, ¡pero la música provenía de su casa grande y señorial! Precisamente de su equipo de sonido que había permanecido cubierto todos esos años de un tapete, y el tapete de polvo y soledad.
El juez, que mediaba las causas más difíciles, se mostraba a su amigo desde un altillo de la casa con una cara que saboreaba las semanas que habían pasado tan rápidas como desafiantes. Lucrecia, que vestía con un atuendo sencillo pero de gran gusto, sintonizaba con los atavíos de la casa. En realidad se veía hermosa y muy digna. Entre ambos habían preparado el almuerzo y les había parecido divertido y estimulante.
-"He perdido a mi ayudante pues Lucrecia ahora es mi amiga. No he podido convencerla que se quede en mi casa. Le he dicho que se venga con su madre y tampoco. Creo que me he puesto viejo y mañoso. Bien, esperaré".
-"Todo a su tiempo, amigo. No se apura a la primavera. Y cuando llega es admirable".
-"Oye ¿Cómo es la música de Edvard Grieg? ¿La conoces?".
-"No mucho. Sé que es muy hermosa, romántica, dulce... Y muy apegada a su país, a su música y a sus danzas".
Pasaron los juicios en aquel pueblo y sus contornos, la mayoría de los casos cerrados eran asuntos familiares, especialmente de herencias. El invierno mientras tanto había sido especialmente frío pero los aromos prometían bellos colores y grandes promesas en primavera, que los habitantes ya habían previstos. Sentíase un ambiente festivo en la plaza, alegría en las calles angostas para que todos se saluden con sus nombres y recordaran sus historias pequeñas. Hasta el sol sonreía porque también sabía que el Señor Juez dejaría de ser viudo y la Srta. Lucrecia abandonaría su soltería.
Vicente Corrotea
P.S. Aunque me encuentro al borde entre el remanente de mi fe y mi espíritu gnóstico, quiero hacer un recuerdo de la biblia que dice que el Reino de Dios es de paz, justicia y gozo. Serían mis propios factores del cuento al cual llegaría después de leerlo. Pero más, es mi deseo profundo que estas fiestas sean para ti de paz, justicia y gozo en tu corazón y en la perspectiva de tu vida prolongada cada día del año. Felicidades.